martes, 29 de abril de 2008

Parábola de los talentos (Mateo 25:14-30)


Esta parábola nos debe hacer pensar mucho. Cada uno de nosotros tiene un talento especial, o muchos, que Dios nos ha dado. ¿Cuál crees que es tu don? Lo primero que debemos hacer consiste en examinar nuestra vida, para saber qué cosas sabemos hacer mejor que otras. No se trata de decir, "yo no soy bueno para esto o para esto otro." Se trata de lo contrario, deslindar todo aquello para lo que somos realmente buenos. Muchas veces ser diestro en algo supone nada más que el interés que le demos a esa actividad. Tildamos de lentos o lentas a personas que supuestamente no tienen mucha inteligencia. Y eso se debe en gran parte a un infinito número de variables que no tienen nada que ver con el cerebro. Por esa razón es menester que hagamos una introspección y veamos qué temas nos interesan más, qué actividades gozamos mucho, y eso nos dará una idea de para qué somos buenos. En última instancia sabremos para qué nos puso Dios en este mundo.

Sí, porque cualquier cosa que hagamos puede manifestarse en la gloria de Dios. Si escribes, o pintas, o tocas algún instrumento. Si eres bueno para las artesanías manuales. Si puedes arreglar artefactos. Si hablas bien, o eres un magnífico y atento escucha. Si puedes analizar circunstancias. La lista puede alargarse infinitamente, y todas caben de manera perfecta en el plan de Dios para la salvación del mundo.

Lo que no es bueno hacer es guardarse los talentos para uno. Fue lo que hizo el último de los hombres a quienes el amo les dio los talentos. De alguna manera debemos poner a funcionar esos dones para el servicio de los demás. Sé de personas con uso talentos formidables, que por excusas parecidas a las de ese hombre de la parábola, dejan perder oportunidades inmensas de ayudar y ayudarse. Tengo un amigo con el más grande talento musical que he conocido. No ha hecho nada con eso. Un día hasta me dijo que no quería que lo llamaran "el músico de la iglesia." Le dije que no veía nada malo en eso, pero el insistió en que eso dañaba su imagen de hombre de negocios. Cosa que tampoco llevó a cabo, los negocios.

Cristo nos cuenta esta parábola ciertamente para decirnos que de la misma manera que los bienes ultraterrenos, como la fe, se acrecientan con el uso y con la práctica diaria, los bienes materiales también se pueden manifestar y acrecentar con la inversión y la constancia. Al que tiene se le dará, dice Jesús. Si oramos cada día con mayor fervor, poco a poco esa oración se hará mayor, más constante, más fuerte. Dios nos asistirá para que desarrollemos ese músculo. Pero si no lo hacemos, perderemos la práctica, y nuestra oración será débil, escueta y sin mucho efecto. De la misma forma, si hacemos ejercicio diario, nos mantendremos en forma, y seremos mucho más saludables. Quedarnos tirados en la cama todo el día lo único que nos producirá es alta presión, depresión y otras alimañas de la salud parecidas a esa.

Por lo tanto, el cultivo de las virtudes y de los talentos debe ser nuestro norte. Y sobre todo, siempre con el prójimo en mente. Cuando hagamos un trabajo en el que seamos buenos, siempre hagámonos esta pregunta: ¿Cómo beneficia mi trabajo a mi prójimo? Asimismo preguntémoslo cuando dejemos de hacer algo por defender nuestra comodidad. Conocí a un maestro de escuela superior que faltaba todos los jueves porque el no quería que el sistema se robara su dinero de licencias por enfermedad. Irónicamente, luego se enfermó del corazón, lo tuvieron que operar de corazón abierto, y muchos de sus compañeros le cedieron horas por enfermedad, porque él ya las había agotado todas. ¿No crees que eso estuvo de más? No obstante, en la calle siempre hay gente dispuesta a sacrificarse por los otros.

Pensemos en esto. No escondamos el talento que nos dieron, aunque nos parezca que es insignificante. Hagamos nuestro trabajo con el amor de brindárselo a nuestros semejantes, y aunque nos digan que somos beatos o que somos esto o aquello, sufrir vejaciones por Cristo es siempre la mejor inversión, las que nos dará los mejores réditos.

jueves, 17 de abril de 2008

Parábola del fariseo y el publicano (Lucas 18:9-14)

Esta parábola nos trae a la mente otra que aparece en el evangelio de Lucas, la del Hijo pródigo (Lucas 15). Como sabemos, los fariseos eran una de las castas religiosas que había en Israel. Se distinguían por su enorme celo en seguir la Ley. Parecía que para ellos la ley era Dios. Cristo los fustigó malamente, y les llamó "sepulcros blanqueados," y los acusó de cargar a la gente con preceptos que ellos mismos no seguían. Se cosían los mandamientos a las ropas y a los sombreros para recordarlos cada día.

En este relato el fariseo aparece dándole gracias a Dios porque no es como los otros hombres, y dice, "ladrones, injustos, adúlteros…" En cambio, el publicano, que resultaba ser uno de los personajes más detestados de aquel ámbito, aparece como el que finalmente sale ser justo, porque reconoce su naturaleza pecadora. Nosotros, los cristianos, debemos imitar al publicano, reconociendo e identificando nuestras fallas. Debemos pedirle perdón a Dios todos los días por las faltas que hemos cometido. Y debemos dejar atrás esa actitud de creernos que porque vamos a misa el domingo tenemos el poder de juzgar a loas demás.

Los fariseos son aquellos que se creen con la autoridad de decidir quién es bueno y quién es malo. También creen que son los llamados a restaurar el orden en los lugares donde se supone que hay problemas morales o de otro tipo. Hacen daño a gente porque piensan que esta o aquella actitud es indigna de un cristiano o cualquier ser humano. No se percatan de que muchas veces ellos mismos violan la ley por arreglar un "entuerto." Sé de anti-abortistas que matan a médicos abortistas porque "hay que defender la vida." Creo que eso se cae de la mata. No puedes violar el mandamiento de "No matarás" para que la gente no mate. Es lo mismo que pasa con la guerra y la pena de muerte. Sé también de gente que coloca anónimos para dizque denunciar supuestos pecados de la gente, como en las novelas de García Márquez con los pasquines. La gente que hace eso es cobarde, porque no se enfrenta a decir la verdad, si es que la hay, y piensa que así ayuda al sistema.

Los fariseos también piensan que hacer oración les da una línea directa con el Señor, y que Éste les agradece que se porten así, porque eso hace el mundo mejor. No se acuerdan de Jesús y su línea de perdones. No recuerdan que Jesús perdonó a la adúltera, a la mujer con cinco amantes, a Zaqueo, que era un ladrón de los bienes económicos de la gente. Cristo también perdonó incluso a los que lo mataron. Nunca permitió que le hicieran daño a nadie. Cuando los zebedeos, Juan y Santiago, preguntaron si hacían bajar fuego del cielo para extinguir una ciudad que no los recibió, el Maestro los amonestó.

¿Somos nosotros los llamados a juzgar a la gente y a decidir sus futuros morales? No, somos los llamados a prodigar la caridad a todo el mundo. Jesús nos dijo que perdonáramos a los demás sus faltas como los demás perdonan las nuestras. Nos dijo que amáramos a nuestros enemigos, no que los destruyéramos.

Pensemos hoy en nuestra naturaleza pecadora, y como el publicano, digámosle a Dios: "Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador."