jueves, 31 de enero de 2008

Parábola de la red (Mateo 13: 47-52)

En la sociedad tenemos que vivir con toda clase de gente: buena, buenísima, santa; pero también con gente que según nuestros estándares no es tan buena ni tan santa. Evidentemente, la Biblia tiene otra manera de ver las cosas. Jesús tiene otra perspectiva de la vida que nosotros a veces no entendemos. Cuando nos dice que amemos a nuestro prójimo no lo dice por decirlo. Esa acción se convierte en la levadura para una sociedad más productiva, más pacífica, más espiritual. Los seres humanos poseemos emociones que en algunas circunstancias no nos permiten funcionar adecuadamente. Le damos paso al ego en esos momentos y nos tornamos en personas intolerantes, prejuiciadas, tontas en cierto sentido de la palabra. Más que eso, en ignorantes. La parábola de la red nos instruye en esa dirección. Dios incluye a todo el mundo en su plan de salvación. No hay excepciones, aunque las queramos. Nuestras emociones nos dictan juicios tan fatuos como “ya quisiera yo que supieras lo que es amar a Dios,” “Yo sé de gente que necesita mucho oír estas parábolas para que aprendan.” Somos nosotros los que necesitamos. Salvarnos es algo personal, pero no nos salvamos solos.

¿Por qué hay cierta gente que nos molesta? Nos molesta la gente ignorante, arrogante, descreída, jactanciosa, hipócrita, malvada, pilla, corrupta. Lo que nos pasa ciertamente es que no nos damos cuenta de que somos así mismo en muchas ocasiones. A lo mejor lo que nos saca de paso es que nos vemos retratados/as en esa gente. Y eso duele, disgusta. En la meditación anterior dije que una de las cosas que nos pide Cristo es pensar bien de todo el mundo. ¡Tamaña tarea que nos ha dado el Redentor! Pensar bien de todo el mundo. ¿Y eso como se hace? Yo sinceramente no sé. Pero se me ocurren algunas cosas para tratarlo por lo menos. La primera es ser empático. Ponernos en los zapatos de la otra persona. ¿Por qué fulano piensa así? ¿Por qué no piensa como yo? Y buscar sinceramente razones para que ese otro ser humano tenga una perspectiva distinta a la mía. No es mejor ni peor, sólo distinta. Otra manera es tratar de conocer a la persona. ¿Qué trasfondo tiene una persona para que piense distinto a mí? ¿Qué coordenadas de la vida le ha tocado vivir que lo hacen diferente? En infinidad de situaciones, los seres humanos actuamos de una forma porque es la única que hemos vivido. No sabemos ejecutar de otra manera. Si vivimos en violencia, seremos violentos. Si vivimos descuidados del reconocimiento, lo buscaremos a toda costa. Si vivimos sin amor, podemos llegar a ser promiscuos buscando afecto en la primera persona que se nos acerque. Si los que nos crían son hipócritas y lo vemos a diario, convertimos esa actitud en nuestra norma de vida.

Es por esta razón que Cristo nos insta a amar a nuestros enemigos. Nos dice, como en esta parábola, que el sol sale para buenos y malos, justos e injustos. Dios no hace distinciones. Cuando actuamos así, nuestra chispa divina se activa. Desde ese punto de vista podemos entender cabalmente la doctrina del Cuerpo Místico de Cristo. Todos estamos unidos, somos parte de esa divinidad. Así que a nuestro prójimo lo debemos concebir como un reflejo de esa misma impronta divina. Cada vez que odiamos, que deseamos mal a alguien, de alguna manera lo deseamos para nosotros mismos. Cada vez que queremos perjudicar a una persona, el odio se convierte en nuestro verdugo. Una de las imágenes más poderosas que he recibido en mi vida sobre el infierno, se la leí a Santa Teresa en uno de sus libros. Decía ella que las almas condenadas lo único que hacían era odiar. Me di cuenta inmediatamente de lo que ella quería decir. Odiar es simplemente lo peor que puede hacer un ser humano. Tanto es así que algunos médicos afirman que esa emoción puede causarnos cáncer si la sostenemos por mucho tiempo.

Esta parábola nos insta a ver en todos los seres humanos a Dios. No importa lo mal que nos caiga, no importan las características negativas que ellos/as tengan, es probable que otros/as las vean en nosotros también. Estamos en esa red con mucha gente. Lo menos que podemos hacer es manifestarnos solidarios, orar porque nos entendamos. Orar asimismo por cambiar nuestro interior y aceptar a la gente como es, sin tratar de cambiarla. Cuando tengamos rencor o aversión a una persona, una buena manera de ir sanando esa emoción negativa es verla en tu mente e iluminarla con la luz de Dios. Si es una violenta o iracunda, verla sonriente (porque seguramente en muchos momentos de su vida lo hará); si es arrogante, perdonar su arrogancia sabiendo que a lo mejor ha carecido de reconocimiento (y que a nosotros también nos agrada que nos reconozcan.) Si cambiamos nuestros pensamientos en ese sentido, el milagro se manifestará. No en ellos, ellos seguirán siendo como son, sino en nosotros, que habremos cambiado nuestra manera de verlos.

Finalmente, veamos qué lecciones de vida nos dan las otras personas. Todo el mundo tiene virtudes. ¿Cuáles son? Enfoquemos nuestra mira en eso. Y ya creo que podremos caber en la red sin dar codazos y empujones .

martes, 29 de enero de 2008

Parábolas del tesoro y la perla (Mateo 13: 44-46)

Es curioso cómo uno se convierte en millonario de la noche a la mañana. Durante estas dos semanas he recibido en mi buzón de correo electrónico más de cincuenta mensajes en los que se me notifica que me he ganado la lotería británica con premios de más de un millón de libras esterlinas. Más curioso resulta que quien lo envía y a quien uno tiene que contactar siempre es distinto. Mi sobrino, que trabaja en un banco, me dice que mucha gente se presenta allí a hacer giros bancarios para enviarlos a esta gente que dice que te hará rico en un dos por tres. Y es que los seres humanos siempre estamos a la caza de las riquezas. Lo realmente penoso es que para nosotros lo único que constituye un tesoro es el dinero o las posesiones materiales. En el Sermón de la Montaña, Cristo dice que donde esté tu tesoro allí estará tu corazón. ¿Dónde tenemos nuestro corazón?

En las parábolas de hoy Cristo nos aconseja dónde debe estar nuestro corazón. En el Reino de los Cielos. Es allí el lugar en el que debemos tener nuestras miras. Estos dos pequeños relatos nos dicen que cuando encontramos un tesoro, inmediatamente buscamos los medios de quedarnos con él. No nos detenemos a mirar cuánto nos costará, cuánto sacrificio tenemos que hacer para poder poseerlo. Cristo nos habla de un campo en el que alguien encuentra un tesoro y va y lo compra en el acto. También nos dice de un mercader de perlas que cuando encuentra una muy grande, va y hace lo mismo. En la película Blood Diamond, Leonardo Di Caprio encarna a un buscador de diamantes que casi literalmente pasa por el ojo de una aguja para poder encontrar un diamante súper valioso que sabe que ha encontrado uno de los trabajadores.

Pero el tesoro del Reino es por mucho más grande que todo esto. Cuando miramos a Cristo, y lo que hizo, podemos entender que la carencia en ninguno de los campos es la cualidad del Reino. Jesús curó a los enfermos que se le acercaron, perdonó a los pecadores que se arrepintieron, multiplicó los panes y le dijo a la gente que quien lo siguiera tendría aquí el ciento por uno y después la vida eterna. Si sabemos encontrar el reino, no tendremos problemas aunque los tengamos, pues no parecerán problemas. Salomón pidió a Dios la sabiduría, y sabemos que Dios lo recompensó con el intelecto más brillante de aquellos tiempos y en aquellas tierras. Pero eso no se quedó ahí porque Salomón fue rico y poderoso en aquel lugar y aquella época.

Acceder al reino de Dios tiene muchas coordenadas. En primera instancia debemos abrazar e cierto sentido el lugar del sufrimiento. Pero no el sufrimiento del dolor, sino el del sacrificio. No debemos atarnos a las riquezas del mundo, porque Jesús llama bienaventurados a los que no lo hacen. No debemos ser violentos, debemos saber llorar con los que lloran y consolarlos para que Dios nos consuele a nosotros. Asimismo tenemos que apoyar las causas justas y ser misericordiosos con los que lo necesitan. Por último debemos pensar bien de todo el mundo y ser buscadores de la paz. No caben en las bienaventuranzas de Jesús aquellos que apoyan la guerra, la pena de muerte, el prejuicio en todas sus formas. La tolerancia y el buen convivir son parte esencial del Reino de los Cielos. Isaías lo describe de forma utópica cuando dice que la oveja pastará con el león, y que de las armas harán implementos de agricultura.

En nuestra vida personal Cristo nos dice que oremos por nuestros enemigos y los amemos. Nos pide que hagamos limosna sin preguntar para qué quieren el dinero los mendigos o los pobres (“Al que te pide, dale.”). Nos insta a no ser hipócritas, a orar diariamente y ayunar cada cierto tiempo. Y como colofón nos dice que nos abandonemos en manos de la Providencia.

Ése es el tesoro que hallamos y por el que mucha gente deja literalmente el mundo y se abandona en manos de Dios. Así tenemos a la gente de vida consagrada, a las monjas y monjes de clausura, a los misioneros y misioneras en tierras del Tercer Mundo. Dios nos dará el ciento por uno como lo prometió Jesús, y no necesitaremos ganarnos la lotería británica.

miércoles, 23 de enero de 2008

Parábola de la higuera que echa brotes (Mateo 24, 32-33, Marcos 13, 28-29, Lucas 21, 29-31)

Esta parábola se refiere a la observación minuciosa. Jesús les dice a los discípulos que cuando le pasan ciertas cosas a la higuera, sabemos que se acerca una estación, en este caso el verano. Los profetas eran personas que le decían al mundo los eventos que sucederían. Evidentemente eran lo que conocemos hoy día como hiperestésicos, es decir, personas con una sensibilidad muy alta. Asimismo, es muy probable que fueran muy observadores.

La observación es uno de esos dones que Dios nos regala precisamente para ampliar nuestra sabiduría. Con este relato, el Maestro nos instruye a eso, a ser mejores observadores. Cristo se refiere en este caso a saber las señales de que el Reino de Dios está cerca. Como criterios, les había dado a sus discípulos ciertos signos que deberían ver para entender que su venida o la venida del Reino estaba próxima. Los signos podían ser muchos. Si miramos con detenimiento el capítulo 24 de San Mateo, veremos que existen allí numerosas coordenadas que nos indican esa cercanía del Reino de Dios. Primero, los mesías falsos que aparecerán; las guerras, porque dice Jesús que se levantará reino contra reino; habla asimismo del hambre y los terremotos. De la misma manera habla de la persecución de los cristianos, y de cómo se enfriará la caridad de muchos. Finalmente dice que se predicará el evangelio a todo el mundo y luego vendrá el fin.

Casi todas esas señales se han ido cumpliendo una a una. El mundo está lleno de mesías falsos. Hombres y mujeres que se proclaman Dios y engañan a muchos y muchas. Hace años se levantó en Estados Unidos Jim Jones, quien mató a más de 900 personas en Guyana aduciendo que el demonio la había emprendido contra él. Hizo que estas 900 personas se suicidaran porque no podían someterse al poder de Satanás. Otro tanto pasó en Wacko, Texas, con David Koresh. Así por el estilo. Las guerras no han terminado y siguen las naciones levantándose unas contra otras. Los terremotos y el hambre hoy día están por todas partes. No obstante, el fin no llega. ¿Por qué? ¿Será que Cristo nos mintió? No, Cristo sabía que en su tiempo ya estaban pasando estas cosas. Son sucesos cíclicos que pasarán siempre. Y si somos observadores, nos daremos cuenta de que no se han cumplido todos los signos. Por lo menos, no se ha predicado el evangelio a toda criatura. Todavía falta que muchas naciones se conviertan a Cristo. Poco a poco el mundo se ha ido espiritualizando, pero sabemos que todavía falta mucho para que esto suceda en la mayoría del universo. La caridad, como dice Jesús, se ha ido enfriando en mucha gente, porque el dinero y el consumo se han vuelto los reyes de este mundo. La gente busca el comfort, el descanso perenne. Mucha gente no desea trabajar, mucho menos donar su tiempo para ayudar a otros.

Cada día debemos observar minuciosamente las cosas, y buscar señales que nos indiquen lo que pasará. No hace falta ser psíquico para darse cuenta de millones de eventos que pasan a nuestro alrededor. Creo que si hacemos eso, Dios se comunicará más con nosotros. Las señales están por todas partes. Hace algún tiempo un estudiante me escribió en una tarjeta que les doy para que escriban diariamente que era cierto que Dios se comunicaba con uno si uno estaba atento. A él le sucedió que estaba involucrado en una relación muy extraña con una mujer casada. Él trataba de salirse pero no podía. Un día que estaba en un motel con ella, oyó con detenimiento una canción que salía por los altoparlantes del lugar. La canción era de Santana, “Black Magic Woman” (Mujer de magia negra). Y cuando él se decidió a oírla, el verso que oyó fue el siguiente: “Turn your back on the babe” (Dale la espalda a la mamacita). Él lo tomó como un aviso, porque después se enteró que la canción trataba del hechizo maléfico que le hacía una mujer a un hombre. Y aunque su “novia” no era una bruja, de alguna manera lo tenía hechizado. Sabía que si seguía en esa relación, se podría buscar un problema enorme, con un marido celoso que lo matara o sabía Dios qué. La dejó y no se arrepintió de haber seguido el consejo que Dios le había enviado en el justo momento.

Si estamos alerta Dios nos hablará. Por eso debemos siempre tratar de observar con calma cómo se desarrollan los sucesos en nuestra vida. La sabiduría nos alcanzará si perseveramos en esa comunicación con el Señor.

sábado, 19 de enero de 2008

Parábola del invitado sin vestido de fiesta (Mateo22, 11-14)

Como colofón de la parábola anterior, Jesús añade este pedazo final en el cual un invitado no tiene traje de fiesta. En nuestra realidad eso sonaría como un absurdo, dado que el Rey mandó a los empleados a traer a la gente de la calle, a los que estuvieran allí, los cuales no podrían estar vestidos para una fiesta pues no lo esperaban.
Este incidente tiene más bien que ver con los judíos, o más específicamente con los fariseos. El pueblo de Israel, según la Biblia, es el pueblo escogido de Dios. Es el pueblo que en un principio aceptó la llamada de un Dios único, en medio de pueblos politeístas. No obstante, ya desde el principio, los judíos dieron muestras de ser cabeciduros. Después de que Moisés los sacó de Egipto, se quejaban de las molestias del desierto, y hasta le pedían que los devolviera al cautiverio. Los seres humanos somos así. En La Francia del siglo XVII esto mismo le pasó a San Vicente de Paúl. Sacaba a los mendigos de las calles, les daba comida, refugio para pasar las noches de frío. Y si en algún momento la comida se tardaba, empezaban a tirarle a la cara que estaban mejor en la calle. Jesús les dice a los judíos en esta parábola que el Reino se les ha ofrecido, pero que si ellos lo rechazan, se lo darán al primero que pase y acepte la invitación. Y fue eso lo que pasó. Cuando los apóstoles predicaron, muchos judíos se convirtieron, pero la mayoría rechazó el mensaje del mesías. Entonces los apóstoles, especialmente el apóstol Pablo, les predicaron a los gentiles. Entre esos estamos nosotros, que no pertenecemos al pueblo judío.
Pero, ¿y queda algo más por decir? Claro, ¿qué significa ese vestido de fiesta? ¿Por qué el Rey nos pide estar vestido para la fiesta? En términos reales, cuando vamos a una fiesta nos ponemos nuestras mejores galas, o vestimenta especialmente diseñada para esa ocasión. Tratamos de vernos guapos, apropiados para el evento. A ninguno se nos ocurre, a menos que queramos hacer algún planteamiento importante, ir vestidos como mamarrachos. No queremos que nos miren como aves extrañas.
En la vida espiritual, el traje de fiesta implica en primera instancia esa aceptación de la invitación. Saber que en un momento dado de nuestras vidas, Dios se acerca y nos invita. Debemos estar pendientes a ver cuándo será eso. En segundo lugar, cuando aceptemos la invitación hay que examinar qué implica. Para qué estamos llamados. Cada uno de nosotros tiene dones que puede poner a trabajar para el prójimo. Tercero, informarnos de la vida del espíritu para empezar a practicarla: los diez mandamientos, los mandamientos de la iglesia, las obras de misericordia, la oración, la meditación, la penitencia, el sacrificio voluntario por el desagravio de Dios por los pecados. Poco a poco el vestido de luz se va poniendo en nuestro cuerpo. Todo esto tiene que hacerse con un espíritu de humildad y de obediencia a la ley de Dios.
Como dice la parábola, son muchos los llamados, y pocos los escogidos. Hay mucha gente que va a la Iglesia, que parece practicar la espiritualidad, pero que no lo hace. Son personas para las que la espiritualidad se confina a una hora el domingo. Esos son los llamados. Pero los escogidos son los que hacen la diferencia. Entre los apóstoles hubo llamados y escogidos. Judas fue uno de los llamados, pero no se dejo escoger, porque prefirió algo muy material, la política, y por eso vendió al Maestro. Quería que Jesús se convirtiera en un rey de este mundo. Como el Maestro no lo hizo, escogió ponérselo en bandeja de plata a los fariseos. Creo que el traje de fiesta, bien puesto, nos hará que seamos escogidos. Y entonces Jesús no tendrá que decir, "apártense de mí, malvados, al fuego eterno."

jueves, 17 de enero de 2008

Parábola de los invitados a la boda (Mateo 22: 1-10; Lucas 14:16-24)

Esta parábola se parece un tanto a la de los viñadores homicidas. Su variante radica en la fiesta del Rey. Es obvio que el Rey es Dios, y que nos invita a todos a su fiesta. Todos los días es una fiesta. Lo que pasa es que nosotros hemos convertido la vida en una ocupación, más que en un disfrute. Si nos preguntan por qué respondemos que lo que sucede es que Dios nos castigó con el trabajo por el pecado de Adán y Eva. Eso no nos deja disfrutar de la vida. No obstante, Dios nos invita cada día a disfrutar de su fiesta. ¿Y en qué consiste esa fiesta? Consiste en levantarnos y ver como primer milagro que estamos vivos. Constatar que tenemos salud, energía para vivir. Tener algún impedimento puede parecer que nos quita vida y energía, pero eso es también cuestión de óptica y de percepción. Sé de mucha gente que tiene tremendos impedimentos físicos y sin embargo nos dan lecciones de alegría, de vitalidad y de ganas de vivir. También sé de gente enferma que no obstante dan ejemplo de un optimismo grandioso.

La fiesta también consiste en disfrutar de la naturaleza, de los olores, de la temperatura, del amanecer, del atardecer. Todo eso hay que festejarlo. Dios nos ha regalado un mundo perfecto que en algunos casos nosotros hemos descompuesto. Asimismo, ese festejo es la invitación que nos hace Dios a disfrutar de Su Vida. La vida del espíritu. Pasarnos nuestra existencia preocupados por las cosas materiales nos resta vida, nos resta energía, nos resta pasión. Lo curioso es que los invitados a la boda ponen como excusas lo mismo que nosotros. No puedo, porque tengo que trabajar, porque me casé, porque tengo una yunta de bueyes sin cuidar. Nuestras preocupaciones materiales. Para muchos de nosotros, el mundo del espíritu es inexistente. Hay gente que lo niega tajantemente.

Otra cosa que me resulta inevitable analizar es que cuando los invitados se excusan, el Rey les pide a sus empleados que salgan y busquen a cuanto cojo, lisiado, mendigo que encuentren. La analogía para mí es clara. Los enfermos, los impedidos, los pobres, tienen muchas veces menos preocupaciones que los aparentemente sanos y ricos. La gente que sufre del mal del Alzheimer vive por lo general (por lo menos los casos que he conocido, que son muchos) una vida más larga que otras personas sanas. Se dice que es porque no están asidos a esta realidad y no tienen preocupaciones. Claro, hay que ver que su condición no es nada buena. Pero lo que esto implica es que esa felicidad a la que nos invita Dios con su parábola de la boda se consigue cuando empezamos por desapegarnos de este mundo. También implica desapegarnos de los resultados de las cosas. Debemos bajar las expectativas, para no caer en la desilusión. Hay gente que va a los lugares con expectativas demasiado altas y luego se fijan en que no era como ellos esperaban. Sin embargo, cuando vamos sin expectativas o con ellas muy bajas, casi siempre resulta mejor para nosotros.

Los pobres, por otro lado, aprenden el arte de la conformidad. Cuando tenemos dinero y comodidades, es fácil decirle que no al mundo del espíritu porque creemos que no necesitamos nada. Nos convertimos a menudo en personas consentidas, que nos parece que el mundo nos queda chiquito. Por eso la parábola incide en esto.

También al final se dice que los invitados mataron a los mensajeros. Es aquí donde se parece a la de los viñadores homicidas. No queremos gente que nos venga a decir lo que tenemos que hacer, aunque sea para nuestra propia felicidad. Hoy día se desdeña a los religiosos, a los maestros espirituales, porque “viven en mundos míticos.” Se dice que no hacen nada práctico por el mundo. Hemos entronizado la herejía de la acción. No es que el mundo no necesite gente activa, sino que también necesita gente que medite, que ore, que converse con la otra gente, que sonría, que haga reír a los demás. Matar a los mensajeros significa que no nos interesa la fiesta, nos interesa el estrés de la vida diaria.

Debemos pensar en qué cosas hacemos para decirle que no a Dios y a su fiesta. Pensar en qué cosas no hacemos los días de descanso, los días de vacaciones. Pensar en cuándo será el momento de retirarnos del trabajo y dedicarnos a nosotros mismos. Pensar en dedicarles tiempo a otros y otras que necesitan atención, cuidado, alegría. Este tiempo que vivimos se ha tornado hostil porque nos hemos resuelto a individualizarnos. En Puerto Rico hemos visto recientemente que los suicidios se han duplicado. Hasta niños de diez años se suicidan. ¿Por qué? Supongo que por las falsas expectativas, por el vacío que causa el no tener cosas, el vacío que causa no ser famoso y rico, por no poder tener todo lo que nos propone la publicidad. Por los precios tan altos de las cosas que queremos comprar y no podemos. La fiesta del espíritu prescinde todas esas cosas. La riqueza está en nuestro interior, y si buscamos ahí seguramente ninguno de esos factores nos molestará. El vacío lo llenará Dios. Vayamos a la fiesta, y pongámonos el traje de invitado. No hacerlo, que es vivir la vida del espíritu, nos llevará a un infierno personal y de bolsillo.

lunes, 7 de enero de 2008

Parábola del hijo pródigo (Lucas 15)

Dios es la misericordia infinita, la salud infinita, la abundancia infinita, el perdón infinito. El concepto de infinitud no cabe en nuestra cabeza, porque es finita. Por eso hemos antropomorfizado a Dios, lo hemos convertido en un ser con nuestros propios defectos. Si haces esto, te quito mi amor. Dios nunca dijo eso. Jesús, para ilustrar este principio, ya que lo acusaban de juntarse con publicanos, prostitutas, y con toda la "escoria" de la época, narró la parábola del hijo pródigo. Un muchacho le pide la herencia a su padre, porque quiere ir a probar una vida más libre. Éste se la da, el muchacho se va, gasta su herencia en bebelatas, mujeres y en "gozar la vida." Cuando se le acaba el dinero, se le acaban asimismo las amistades. Tiene que recurrir a un trabajo sucio de la época, limpiar las porquerizas. Imagínense eso para un judío, para quienes los cerdos representaban lo más asqueroso de la creación. Ni siquiera lo comen, por considerarlo uno de los animales impuros. Decide entonces volver a la casa del padre, porque entiende que hasta los criados allí comen bien. No obstante, decide que no es merecedor del amor del padre y que le pedirá que lo trate como a uno de sus jornaleros. Cuando va llegando, el padre lo ve en la lejanía, lo va a buscar, lo abraza, le pone una túnica nueva y manda a los criados a matar un ternero cebado para hacer una fiesta. Ése es el amor del Padre, de Dios nuestro Señor. No nos guarda rencor por nuestras acciones. Central a este mensaje es la actitud del muchacho, de reconocer que lo tiene todo en la casa de su padre, de que nunca debió abandonarlo.

Nosotros mismos somos ese hijo pródigo del que habla la parábola. Como punto de partida tomamos la relación con nuestros progenitores. Poco a poco vamos descubriendo el tema del respeto a nuestros padres. En una sociedad como la nuestra esto se convierte en un tema álgido por demás. Los jóvenes se ven retratados en ese muchacho que de cierta manera le falta el respeto a su padre al argüirle que ya no quiere vivir en su casa, que le dice que le dé el dinero de su herencia porque quiere vivir una vida mejor. Hoy día también se ve la otra cara de la moneda, padres y madres que no quieren a sus hijos, que los abandonan. Asimismo se dan padres y madres que maltratan a sus hijos e hijas de las maneras más inusitadas. No obstante, el padre que se pinta en la parábola es el padre amoroso, que no cuestiona a su hijo para qué quiere el dinero, sino que libremente se lo da. Luego el hijo va a ver las consecuencias de esa acción que cometió. La parábola de Cristo va dirigida primordialmente a que entendamos el amor de Dios, pero se presta para analizar las relaciones filio-paternas. ¿De qué manera hemos ofendido a aquellos que nos dieron la vida? ¿Los hemos maltratado? ¿Les gritamos, les decimos malas palabras? ¿Les robamos el dinero? ¿Les mentimos en cuanto a nuestras relaciones? ¿Andamos en malas compañías poniendo en juego nuestra reputación y en muchas ocasiones hasta nuestra vida? Todas estas reflexiones salen de esa parábola si sabemos escudriñarla de ese modo.

También esta meditación trae a colación el tema del perdón. El perdón en esta parábola tiene varias direcciones. Por un lado, tenemos al padre, quien inmediatamente que ve al hijo corre a abrazarlo sin preguntarle nada. Es la actitud de Dios ante el arrepentimiento de sus hijos e hijas. Por otro lado, vemos al hijo que ha reflexionado sobre su acción contra el padre: “He pecado contra el cielo y contra ti, ya no merezco ser llamado tu hijo.” Podemos ver en esta actitud lo que Dios quiere de nosotros. Muchas veces pecamos y no nos arrepentimos de lo que hemos hecho. Incluso lo justificamos. En su libro Forja, San José María Escrivá de Balaguer apunta: “¿Conque has hecho algo malo y lo justificas como si fuera bueno?” Nuestra conciencia busca las maneras más inusitadas para que nos sintamos tranquilos, pero en infinidad de ocasiones no es más que nuestro ego quien nos calma la conciencia. El muchacho de la parábola siente que ha caído tan bajo que regresar a la casa del padre aunque sea como uno de los jornaleros resulta más beneficioso que comer de las algarrobas que les echan a los cerdos. Esto implica que Dios siempre tiene cosas mejores para los que le aman, para los que guardan sus mandamientos. Basta mirar los salmos para darnos cuenta de todo lo que el Señor promete a aquéllos y aquéllas que sigan el rumbo que les ha trazado.

Pero aún hay más. Descubrimos en esta anécdota una tercera persona. Algunos lo justifican. El hermano mayor de la casa le reprocha al padre su actitud. Le habla de “ese hijo tuyo que se ha gastado el dinero en bebelatas y mujeres.” Le habla de lo que él ha hecho por su padre: “Yo siempre he estado aquí contigo.” A primera vista, cuando leemos la parábola, nos parece cierto todo lo que este muchacho dice: el hijo pródigo se ha ido de su casa, ha gastado el dinero, y entonces ha vuelto arrepentido a buscar apoyo. Parece una historia de “claro, ahora como no tiene cómo sustentarse, ahora se arrepiente.” Lo que no se nos ocurre es que esta historia no la escribió Mario Puzo o Gabriel García Márquez, sino Jesucristo, y tenemos que analizarla partiendo de ese presupuesto. Cuando el Maestro utiliza este ejemplo, no lo hace al azar. Lo pone allí para que entendamos unas actitudes muy comunes en la gente que practica la religión. La primera es la de creerse superiores porque adoran a Dios. Mucha gente piensa que el ir a la iglesia los domingos les da derecho a criticar y a juzgar a aquella gente que no lo hace. Sé de gente cuya manera de clasificar a su prójimo consiste en establecer qué clase de relación esa persona tiene con la Iglesia. Por ejemplo: “Fulano, ah, ése es tremenda persona, es cursillista.” “Oh, sutano, muchacho, ése fue seminarista ocho años.” No se dan cuenta de que eso no tiene nada que ver con ser bueno, malo o regular. Si fuéramos a partir de esa suposición, entonces tendríamos que conceder lo que hicieron los fariseos. O decir que eran buenas personas porque se sabían los mandamientos, los llevaban en las mangas de la túnica y en la frente. Se cae en el peligro del fariseísmo cuando se adopta esa actitud. Le sucede al hijo mayor de la parábola. Le reprocha al padre su actitud de perdón. No sólo eso, se niega, de alguna manera a concederle el perdón a su hermano. Ni siquiera acepta entrar a la casa ni a la fiesta.

Perdonar significa dar un paso muy grande en nuestra vida espiritual. Nacemos con esa predisposición al egoísmo. Creemos que el mundo gira alrededor nuestro y siempre que hay que perdonar alguna transgresión, pensamos que es a nosotros a quien se la han hecho. Aparentemente, el principio es muy sencillo: “Perdonen, para que sean perdonados” (Lucas 6:37), “perdónanos nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Lucas 11:4). Casi todo en la espiritualidad se refiere al perdón. Dios nos perdona nuestras ofensas cada vez que nos arrepentimos y le pedimos perdón de corazón. De la misma manera, Jesús confió a sus discípulos el perdón de los pecados: “A quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados” (Juan 20:22). Si Dios mismo en su misericordia no se guarda ese acto de amor, no somos quienes para negárselo a otra persona. Nadie dice que sea fácil. Nuestra naturaleza automáticamente se defiende de los ataques que nos hacen, pero el perdón es liberador.

Pensemos seriamente en lo que nos propone la parábola, y llevamos esto a nuestra vida diaria. Es una manera de andar en el Espíritu.