sábado, 6 de diciembre de 2008

Parábola del labrador (Isaías 28:23-29)

Una vez más estamos ante un relato de funciones cotidianas. Antes habíamos visto la del sembrador, la de la perla, la de la oveja perdida, en el Nuevo Testamento. Y hemos estado examinando las que tienen que ver con la tierra también en el Antiguo Testamento. Isaías nos propone una imagen de un asunto consuetudinario para revelarnos una verdad más profunda. En este caso un labrador.

El asunto general versa sobre que Dios es quien nos enseña todo. Todo viene de Dios, porque Él es el Gran Consejero (Is.9:6) y nadie le ha dado nada, ni sabe cómo Él ha adquirido su sabiduría (Romanos 11:33). Sólo sabemos que nos la da si se la pedimos, y si estamos atentos a su gracia. De la misma manera que Dios nos instruye, hasta internamente de noche, como reza el salmo, nosotros debemos instruir a otros.

El primer verso nos dice cómo hemos de ser aprendices, y que es lo que hace al buen estudiante: "Estén atentos, y escuchen mi voz; atiendan, y escuchen mi dicho." Toda la gente que escuchaba a los profetas debía oír esta introducción. Cuando enseñamos a alguien, debemos también decir que estén atentos, que lo que vamos a decir resulta importante.

Luego dice que el que ara para sembrar, ¿arará todo el día? Esto implica que llega el momento de echar la semilla para que dé fruto. Una vez que hemos aprendido bien, nos toca a nosotros pasar hacia delante lo que sabemos. Es ley de vida, y Dios nos insta a hacerlo. Una de las obras de misericordia dice que debemos enseñar al que no sabe. Mucha gente anda necesitada de saber cosas. No sólo del mundo, sino asimismo de Dios. Si nosotros tenemos el conocimiento, ¿por qué no compartirlo?

Otra idea que sale de esta parábola es que el labrador usa herramientas especiales para plantar y cosechar las yerbas tiernas, para no destruirlas. Toma en cuenta lo delicadas que son. De la misma manera Dios toma en cuenta nuestras circunstancias y nuestras debilidades. Nos trata de manera sensible. Y de ahí que nosotros podemos tomar de Él ejemplo, como buen maestro que es, y tratar de de esa misma forma a nuestro prójimo. Debemos entender las debilidades del prójimo, que casi siempre resultan ser las mismas de nosotros, y perdonar, y ayudar al que lo necesite. Saber que Dios nos perdona a pesar de que sabe todas nuestras miserias debe ayudarnos a comprender el status de aquellos que nos rodean.

Por lo tanto, enseñemos al que no sabe, y seamos sensibles a las necesidades del prójimo. Y veremos una cosecha abundante y de buenos frutos.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Otra parábola de la viña (Isaías 5:1-7)

Esta imagen es muy frecuente en las Escrituras, como hemos visto. Responde al contexto en el que se da. En esa parte del mundo y en aquella época, el vino constituía una parte importante de la vida de la gente. Por lo que, tanto los profetas como Jesús utilizan el sembrado de uvas para el vino como el espacio propicio para que su público comprenda mejor el mensaje (véanse además Isaías 27:2, Jeremías 2:21 y Juan 15 para la explicación de Jesús).

La introducción nos deja ver un narrador que presenta a otro: un amigo que canta algo sobre su viña. Algunos exégetas llaman a este pedazo "poema," mientras que otros lo llaman "cántico." Supongo que responde bien a ambos géneros. En el caso del poema, responde a ese discurso metafórico. La viña sustituye a la sociedad judía de la época. En el caso del cántico, pues su ritmo poético y su tristeza de fondo la equiparan con ciertos géneros como el "blues", el tango. La palabra "cántico" también se asocia con la poesía. En este espacio existen poemas que hablan sobre la tristeza del hablante lírico (análogo al narrador), como la cantiga de amigo en el medievo, y la elegía en tiempos más modernos. Una vez visto por qué el profeta elige ese género, veamos sus elementos de contenido.

El amigo es Dios. Y en el verso primero notamos que ha plantado su viña en una loma fértil. La loma es un símbolo constante: el monte Sinaí, donde Moisés vio por primera vez a Dios; el monte Tabor, donde se le comunicó que sólo desde ahí vería la Tierra Prometida, pero que no entraría en ella; el monte Moriah, donde Abraham iba a sacrificar a Isaac, su hijo. En el Nuevo Testamento, Cristo dirige su Carta Magna del Cristianismo en un monte, y se le ha designado "El sermón de la montaña." Y finalmente termina en la cruz en el Gólgota, asimismo una loma donde crucificaban a los malhechores. Pero la loma de la que habla el profeta es fértil, por lo que se supone que la viña florezca.

En el verso segundo, Dios hace de todo para que florezca: la cava, la limpia de piedras. Es decir, va preparando todo. Esto implica cómo Dios dispuso el camino. Primero, la llamada de Abraham; luego la libertad que trajo Moisés; más adelante la predicación de los profetas; y por último, el envío de su propio Hijo al mundo. No obstante, el amigo, Dios, hace más cosas para que su viña sea ideal.

Dice que construye una torre y un lagar. La torre se puede equiparar al templo. El templo es el lugar donde velamos por que nuestra vida espiritual no se amontone ni se anquilose. Los profetas abundan, así como los salmos, en alusiones a la "Casa de Dios." El lugar preferido de los judíos era el templo. Hacían su vida alrededor de él. Hoy día, los cristianos vamos al templo a adorar al Dios de las alturas. Nuestra espiritualidad emana del templo. Y Cristo hizo un paralelo entre el templo y su cuerpo, cuando dijo que destruyeran ese templo, refiriéndose a su cuerpo, y Él lo restauraría en tres días (véase Juan 2:19-21). De la misma manera, Pablo en la Primera Carta a los Corintios, expresa que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo (6:19). El lagar, por otra parte, es un pozo. Al igual que lo anterior, el agua tiene también muchos significados. El paso por el Mar Rojo significó la liberación de Israel del yugo de Egipto y es símbolo anticipado del bautismo, que nos libera del pecado. Algunos de los milagros de Cristo, se dieron en el agua: su caminar en la tormenta, y la pesca milagrosa (Marcos 6:47ss y Juan 21:1ss, respectivamente).

Aun así, los frutos fueron amargos. Implica esto que toda esta preparación, que Dios bordó con tanto cariño y placer, no ha producido los resultados esperados. La humanidad sólo ha logrado desterrar a Dios de su vida. En su lugar ha colocado otras imágenes, como ya hemos analizado en otras columnas.

En el verso tercero, el amigo se pregunta qué no ha hecho por su viña. Vemos que todo esto que ha hecho Dios ha culminado incluso con el sacrificio de su propio Hijo. Y se ha perdido en algunos casos por el descalabro que ha permitido el mundo.

Luego, en los versos cuatro y cinco, el amigo expresa lo que hará con la viña. Quitará la verja y dejará que la pisoteen. Todos los males que podemos ver hoy día: opresión de los pobres por los ricos, las guerras, la hambruna, las enfermedades de todo tipo, son la consecuencia de que los seres humanos no nos hemos enfocado en los valores espirituales. Hemos dejado que el mundo con sus imágenes nos seduzca.

En el verso seis abunda en lo que se convertirá: un lugar devastado, que ni siquiera se podrá limpiar más. Nuestro mundo se ha ido convirtiendo cada día más en un lugar donde la naturaleza ha sido suprimida para construir carreteras, centros comerciales, estacionamientos, yacimientos de petróleo. Hemos contaminado los mares con toda clase de basura y químicos tóxicos.

"Crecerán en ella la zarza y el espino." Aquí lo hemos visto. En la actualidad los países se pelean por los espacios; los desarrolladores llevan pleitos para apoderarse de espacios libres y de libre acceso al pueblo; los explotadores de la tierra abren minas (en las que mueren muchos trabajadores) y cortan los árboles para producir papel o para adquirir corcho. Personas como Chico Mendes han muerto por defender esos espacios. Muchos cazadores y pescadores sin escrúpulos cazan y matan a las especies en peligro de extinción para su propio beneficio.

Finalmente, el amigo dice que ordenará a las nubes que no lluevan sobre ella. El agua es la gracia, así que nos privará de ella si no ponemos en orden esa viña que nos ha regalado.

El verso 7 es la explicación. Podemos sacar varias conclusiones prácticas de esta parábola si la reflexionamos con atención:

1. A Dios hay que colocarlo en el primer lugar de nuestra vida. Es nuestro amigo. Y de ahí, que los valores espirituales son los que nos llevarán a una vida exitosa en Cristo y con nuestro prójimo.

2. Debemos adorar a Dios en el templo y convertir nuestro cuerpo en un templo sagrado para su convivencia en nosotros. Esto se hace frecuentando los sacramentos, y recibiendo la gracia que nos proveen.

3. Debemos asimismo ser solidarios con los pobres, con la naturaleza en general, con todo aquel que tenga problemas y lo podamos ayudar.

Sólo así, la viña producirá frutos dulces, y el amo no dejará que la pisoteen los que pasan.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Parábola de la viña (Salmos 80:8-16)

Ésta es una parábola que explica por qué parece que Dios nos abandona en medio del camino. El salmista trata, en pocas palabras, de decirnos que el Señor ha plantado todo esto, y ahora deja que los ladrones del camino se lleven toda la cosecha.

Es muy sencillo entender este relato. Dios, según el narrador, hizo venir una vid de Egipto (v. 8). Aquí se refiere al pueblo de Israel, en cautiverio por los egipcios, después de que José muriera, y los amos los percibieran como peligrosos para su status quo. Se necesitó a un libertador, Moisés, quien se enfrentó al Faraón y sacó a su pueblo de aquella esclavitud. En tiempos más modernos, Dios nos saca de la esclavitud del pecado por medio de la liberación de Jesucristo. También el redentor se enfrenta a un tipo de faraón, el demonio y sus secuaces. Nos libera dándonos una serie de mandatos para que vivamos en comunión con el Padre. Somos el nuevo pueblo de Dios que tiene enfrente la tarea de salvar el mundo para el Señor.

Después dice que Dios limpió sitio delante de la viña e hizo arraigar sus raíces (v. 9). Añade en ese verso que la viña llenó la tierra. Sabemos por la historia que el cristianismo ha sembrado para cosechar en todas partes del mundo. La palabra de Dios ha recorrido el globo gracias a los múltiples misioneros que se han encargado de ir por el mundo a predicar a Jesús como único salvador. Los siguientes versos expanden esa misma idea y luego comienzan las preguntas del narrador.

Se pregunta el hablante por qué Dios ha permitido que la saqueen los viandantes, o los que pasan por el camino. Dice que tumbó sus vallas. En este caso, entendemos que lo que sucede es que el Pueblo Escogido le da la espalda a Dios y al no seguir los mandamientos, su suerte cambia. Finalmente, el hablante le pide a Dios que vuelva, que mire a su viña, la que su diestra plantó, y que se apiade de ella.

Si aplicamos a nuestra vida esta parábola, podemos ver la viña como nuestro cuerpo y nuestra alma. Dios ha sembrado gracia en nuestros corazones desde que somos pequeños. Del bautismo en adelante, cada día está con nosotros en la eucaristía, en los sacramentos. Muchos de nosotros abandonamos las prácticas espirituales porque las consideramos vacías y sin sentido. Le damos más importancia al mundo, a las cosas que no tienen un resultado de gracia de Dios. Si nos gratificamos, pero de lo que no aprovecha, de lo que Jesús dice que se lo come la polilla. Así que de alguna manera esta parábola nos insta al arrepentimiento, a pedirle a Dios que vuelva a nuestra vida porque lo que Él plantó no se puede perder. Hoy debemos pensar en nuestra vida espiritual, y considerar cómo anda, para dejar que el labrador divino recoja los frutos de lo que ha sembrado.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Parábola del cardo del Líbano (2 Reyes 14:9)

La narración que se da en este fragmento resulta asimismo muy corta. El contexto en el que se produce es el siguiente: Amasías, rey de Judá le pide a Joás, rey de Israel, que se vean cara a cara. Amasías había batido a 10,000 edomitas en el valle de la Sal y parece que se le habían subido los humos a la cabeza por esta victoria. Es entonces cuando Joás le manda a decir este mensaje que se encuentra en la parábola.

El significado de este relato se concentra en la planificación, en el conocimiento de tus fortalezas y debilidades. Amasías no parecía conocer la fuerza de Joás y por eso lo reta. El resultado es obvio, Joás lo apresa, saquea el reino y toma rehenes. La historia nos presenta un punto de reflexión muy encomiable. Jesús, en otra de sus parábolas, habla de que cuando un hombre se va a enfrentar con un enemigo en guerra, debe saber con qué fuerza cuenta el otro, no vaya a ser que sea mucho más poderoso que él y lo derrote. El mismo Cristo aconseja que si el contrincante resulta más fuerte, el hombre mande mensajeros para negociar la paz.

¿Conocemos nosotros en materia de la fe cuáles son nuestros enemigos y cómo podemos enfrentarnos a ellos? Si no lo sabemos, nos derrotarán. La Iglesia, en el catecismo nos dice que los enemigos del alma son tres: el demonio, el mundo y la carne. Casi se podría decir que son uno y el mismo. Satanás es dueño del mundo, y nos tienta diariamente de formas sutiles. Formas que no conocemos a veces y por eso caemos. Si miramos las tentaciones de Cristo, nos daremos cuenta por dónde va la cosa. Lo primero que Satanás le dice a Cristo es que si es el Hijo de Dios le diga a las piedras que se conviertan en pan. Lo ataca por el instinto, en este caso el hambre. ¿Estamos atentos a esos reclamos de nuestra naturaleza humana? Los instintos no son racionales, por lo que los seres humanos somos capaces de neutralizarlos si tomamos las medidas necesarias. Para eso está el ayuno, la mortificación, la penitencia. Si sabemos que alguno de nuestros instintos se desboca más que otro, podemos lograr atarlo con esas tres armas que nos ofrece la espiritualidad. Lo segundo que le dice el Tentador al Maestro es que se tire de un abismo para que los ángeles lo tomen en brazos y no caiga. Es la tentación del reconocimiento. Creer que podemos hacer cosas para que los demás nos admiren. Nos pasa incluso hasta en la Iglesia. Nos apropiamos de espacios de reconocimiento para que la gente piense que somos santos, porque se nos han dado responsabilidades que a otros no se les han encomendado. No nos damos cuenta que son responsabilidades, no méritos ni diplomas de honor. La respuesta a esa tentación proviene de humillarnos. Saber que somos siervos inútiles, como dice la Escritura, y sólo hacemos lo que tenemos que hacer. Buscar que nos reconozcan por cada estupidez que se nos ocurra hacer es simplemente buscar la decepción diariamente. Conozco gente que por obtener reconocimiento, hasta inventa cualidades que no tiene, hazañas que no ha hecho y asociaciones amistosas y familiares que no existen. La tercera tentación es la del poder. Satanás le dice a Jesús que le dará los reinos del mundo si lo adora. La contestación de Jesús es la que debemos poner en práctica: “Al Señor tu Dios adorarás y a Él sólo darás culto.” Ya hemos hablado antes de los ídolos que adoramos. Creemos que si tenemos puestos de poder el mundo se nos resolverá. Todos los puestos son perecederos, y nadie es eterno en este mundo físico. Hasta Cristo murió, no fue inmortal hasta que no pasó a la Gloria del Padre. El poder se desvanece, y no depende de nosotros. El verdadero poder reside en nuestro interior: “Busquen el Reino de Dios y lo demás vendrá por añadidura” (Mateo 6:33). “El Reino de Dios está dentro de ustedes.”

En lo que atañe al mundo y a la carne, pues están cerca de lo que hemos discutido. El mundo nos atrapa con el materialismo, que se puede simbolizar en la carne. Acumular cosas, mantener relaciones vacías, aferrarnos al pasado, todos son nuestros enemigos. Por eso el hombre y la mujer de Dios deben soltar todas esas amarras: simplificar la vida, escoger las amistades y dejar que lo que pasó pasó. Si entendemos esos principios, el ataque puede ser mucho más débil por parte de nuestro enemigo. Es parte de la logística del Evangelio, de la Escritura entera. En el Antiguo Testamento, los guerreros dependían de Dios para las victorias. ¿Qué nos ha pasado? ¿Somos autosuficientes ahora? La ciencia nos ha hecho creer que podemos subsistir solos, que no necesitamos a Dios porque Dios es un mito. Somos invencibles. Nada de eso ha dado resultado. Por un lado, el progreso ha tenido buenos resultados, pero por otro, al sacar a Dios de nuestras vidas con el pretexto de que está anticuado y de que somos seres pensantes, ha logrado que en muchos casos retrocedamos al nivel mas bajo de nuestra animalidad. Sigamos hacia ese Reino dentro de nosotros, para que nunca el Enemigo pueda jactarse de aburrimiento porque se le hace demasiado fácil hacernos caer. Después de todo, somos hijos del Rey más poderoso del mundo y sus ejércitos de ángeles están siempre pendientes de que nada nos toque ni nos dañe. Ya lo dice la Escritura: “A sus ángeles encargará que te tomen en sus manos para que no tropiece tu pie contra una piedra”(Mateo 4:6), palabra de Dios.

martes, 9 de septiembre de 2008

Parábola del prisionero de guerra (1 Reyes 20: 39-41)

El contexto de esta parábola es muy simple: Acab, rey de Israel, ha recibido una amenaza del rey de Siria, Ben Adad, de que le dé su oro, sus mujeres y sus hijos a cambio de no atacarlo. Acab accede, pero los ancianos le dicen que no lo haga. A esto, Acab obedece y le manda a decir a Ben Adad que no lo hará. Después de esto, un profeta de Dios instruye a Acab para que ataque a Ben Adad. En dos o tres batallas, el rey de Israel derrota al rey sirio, pero le perdona la vida, en desobediencia a Dios que lo ha mandado a matarlo.

Un profeta le hace esta historia que meditamos hoy, y Acab, como hizo David, se sentencia él mismo. Vemos que este relato trae como punto central la desobediencia a Dios. A mi entender, toda la espiritualidad contenida en la Biblia parte de ese presupuesto de obedecer a Dios. Abraham obedeció a Dios cuando éste le dijo que se moviera de su tierra a otra. También le obedeció cuando en un momento dado, Dios le pide algo que parece absurdo, sacrificarle su único hijo. Moisés obedeció a Dios cuando Éste le pide que vaya donde el faraón y le exija que libere a su pueblo. Lo mismo hizo Cristo, hasta el punto de que al borde de que lo crucificaran, le dice a su Padre que le quite el cáliz, pero que no se haga su voluntad, sino la de Dios.

Cada uno de estos personajes vio en su vida la bendición del Padre cuando respondieron a su llamada. Fue el mismo caso de la Virgen, cuando le responde al ángel: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.” No obstante, hay muchos casos en la Biblia que parten de la desobediencia, y esto acarrea unas consecuencias funestas. El primer caso es el de Adán y Eva. Las directrices de Dios son muy claras, “no hagan esto ni esto otro.” Ellos, con su libre albedrío, decidieron otra cosa. Ya sabemos las consecuencias. Moisés dudó del Señor en un momento dado, cuando Yahvé lo manda a tocar la piedra una vez para que salga agua. Moisés la toca dos veces. Cada uno de estos actos implica una desconfianza en la sabiduría inmanente y todopoderosa de Dios. Siempre Dios sabe más que nosotros, y debemos oír su voz para no caer en errores.

¿Cuántas veces habremos desobedecido a Dios? ¿Hemos hecho algo a sabiendas de que no oímos la voz del Padre? ¿Qué consecuencias ha tenido para nuestra vida? Dios se comunica con nosotros a través de los sueños, de las intuiciones, de mensajes que vemos “casualmente” en los periódicos, o en las noticias. Y la mayoría de las veces no hacemos caso. Pensamos que son eso mismo, casualidades. ¿Cuál es la voluntad de Dios para mí hoy? Pidámosle a Dios que nos dé luz en el camino de la vida, para que nunca desoigamos su voz, para que nuestro sendero sea siempre un sendero de luz, de verdad, de un espíritu claro.

jueves, 24 de julio de 2008

Parábola de las vestiduras (1 Reyes 11:30-32)

Ésta es otra parábola que hacen los profetas para denunciar y predecir lo que pasará en el reino. Las figuras importantes de este relato son, por un parte, Salomón, el hijo de David que heredó el reino y que escribió obras tan importantes como los Proverbios, y Jeroboam, quien le disputó el reino a causa de lo que hacía Salomón. Por otra parte, está el profeta Ajías, que es quien narra la parábola a Jeroboam.

Todo esto se da porque Salomón se ha ido despegando de Dios y ha dejado que en el reino se adore a los dioses paganos Astarté, Kemós y Milkom. Al principio, Salomón, quien se casó con mujeres que no compartían su fe, se resistió a que ellas adoraran los dioses, después lo toleró, y permitió que se esparciera esa creencia en los otros dioses, y después lo racionalizó. Dejó que esto sucediera, por no contradecir a sus esposas. Con esta práctica, poco a poco se alejó de Yahvé, hasta el punto que ya el reino entero pertenecía como quien dice a Baal, que era la deidad suprema de aquellos extranjeros que se habían apoderado del entorno.

Dios, entonces, a través de Ajías, le predice a Salomón lo que pasará. Diez de las tribus pasarán a manos de Jeroboam, y a él sólo le quedará una, por amor a David, quien había sido fiel a los estatutos de la ley de Dios.

El alejamiento de Salomón no había sido de un día para otro. Fue algo paulatino. Salomón se hizo de la vista larga en un pecado que no atendió bien. Dejó que se fuera extendiendo esa adoración a un dios extraño y su vida cambió radicalmente.

A nosotros nos pasa eso con frecuencia. No atendemos a pecados que están en nuestra vida, los dejamos pasar pensando que no es nada lo que hacemos. Como Salomón, racionalizamos que no somos gente mala, que no robamos, que no matamos, pero no vemos lo que pasa ante nuestros ojos. Los dioses extraños hoy día no son ésos del Antiguo Testamento. No nos arrodillamos ante imágenes de pájaros, o de vacas, o de becerros. Pero nos arrodillamos ante otras imágenes mucho más peligrosas.

La primera imagen es el dinero. "Poderoso caballero es don Dinero," decía el gran poeta Francisco de Quevedo. ¿Cuánto no hacemos por amor al dinero? La gente mata, se prostituye, engaña, por tener un poco más de dinero. La amistad se troncha a la hora de perder un poco de eso diosecito. Muchos profesionales no rinden sus servicios a gente pobre porque no les pueden pagar. Hacemos guerras con el pretexto de salvar naciones cuando lo que está de por medio es el petróleo, y con ello, la riqueza.

Con esta imagen se da otra asimismo: la posesión de bienes materiales. En su alocución en Sydney, Australia, a la juventud, el papa Benedicto XVI decía que ése era uno de los grandes males de estos dos últimos siglos. Hoy día la gente mide su status social por las posesiones: si tienes un auto caro, un celular, un bluetooth, ropa de marca. He visto estudiantes que pagan una mensualidad de un celular pero no quieren pagar por un libro.

La otra imagen es la comodidad. No queremos salir de ese bienestar en el que estamos. Para nosotros, todo lo que nos saque de nuestro límite de comodidad, es un fastidio. Por eso no queremos predicar, no queremos hacer obras de caridad, porque retan nuestro bienestar físico.

Más allá de todos estos, está el excesivo cuidado de nuestra apariencia personal. La gente no quiere ayunar cuando la Iglesia lo manda, pero llevan dietas incluso hasta peligrosas para la salud, por verse bien. Algunos, ni siquiera para estar saludables, sino para lucir una buena figura.

Dios ha ido pasando de moda. El pueblo de Dios ya no es tal, es el pueblo del consumismo, del bienestar, de la libertad, y hasta del libertinaje. Debemos darle a Dios su lugar en nuestro mundo. El primer lugar, como lo exige el mandamiento. Todo lo demás, vendrá, como dice Jesús, por añadidura. Veamos cómo está nuestra alma, qué pecados hay que nos alejan de la majestad divina. Cortemos con eso, y no dejemos que después Dios le reparta a otro diez pedazos de nuestro traje roto, para quedarnos solamente con un paño que no nos da para vivir.

miércoles, 23 de julio de 2008

Parábola de la mujer de Técoa (2 Samuel 14: 5-12)

Este cuento hay que ponerlo en perspectiva, pues la misma Escritura te da las claves para entenderlo. Absalón es uno de los hijos de David. Tiene su apostura, su popularidad, pero no posee el corazón dedicado a Dios de su padre. Su hermana Tamar fue violada por su otro hermano, Amnón (2 Samuel 13:1-20). Él, para vengarse, mató a Amnón, y entonces David comenzó a perseguirlo. Para conseguir el perdón del heredero, Joab, uno de los consejeros y lugartenientes guerreros del rey, mandó a esta mujer a contarle la parábola.

Vemos que Joab hizo lo mismo que Natán con David. El problema de David fue que el pecado que cometió con Betsabé lo persiguió por toda su vida. Ya le habían profetizado que a causa del pecado de adulterio y de asesinato contra Urías, la espada no se apartaría de su familia. También se le profetizó que alguien más se acostaría con sus esposas. Así mismo sucedió, y nada más y nada menos que su hijo Absalón fue quien lo traicionó con sus concubinas.

La lección de estos pasajes es muy clara. No importa que llevemos a nuestros hijos a la Iglesia, si no les damos el ejemplo, ellos harán lo que ven en nosotros. David fue adúltero, su avidez de placer lo llevó a cometer un pecado abominable ante los ojos de Dios, y las consecuencias de ese pecado afectaron a su familia. Las luchas de David se multiplicaron, y vio cómo todo lo que Natán le predijo se convirtió en realidad.

El pecado no sólo afecta a la persona que lo comete, sino asimismo a las personas que rodean al pecador. Por eso debemos pensar muy bien las cosas antes de cometer un pecado. En las dos veces que David se ha enfrentado a tomar decisiones que son en última instancia para él mismo, lo ha hecho bien. Eso significa que tenemos la capacidad de saber lo que está bien y lo que está mal. Y en muchos casos, o en casi todos, elegimos hacer el mal. Cuando la mujer le expone el caso de los dos hijos que tiene, el veredicto que le da David es el de proteger a ese hijo que resulta ser el heredero. La mujer le hace ver que su narración tiene que ver con lo que le pasa al rey con Absalón. A raíz de esto, David hace arreglos para perdonar a su hijo. Fue la misma acción que tomó con lo de Betsabé, el arrepentimiento. No obstante, Absalón no aprovechó esa oportunidad y se rebeló contra su padre.

Esto significa que no nos debe extrañar cuando un hijo no tiene ninguna consideración por sus padres, porque no la ha visto, ni se le ha enseñado a obedecer y a respetar su entorno familiar. David estaba muy ocupado con el gobierno, y no tenía tiempo para darles a sus hijos ejemplos de respeto y consideración. Tenía demasiadas mujeres, y eso hacía que los hijos vieran en él quizá a un hombre lujurioso, aunque esa fuera la norma cultural. En muchas instancias los jóvenes no entienden las tradiciones, las interpretan de forma literal. La poligamia, aunque aceptada en el Oriente, fue sancionada de alguna manera por Jesús cuando dijo que el hombre se uniría a su mujer y formaría con ella una sola carne. Esto citando al Génesis, donde Dios lo dice de manera muy específica. David abusó de su poder cuando decidió tomar a Betsabé. Llevó la tradición más allá de los límites, pues aunque se le permitía tener muchas mujeres, no era lícito tomar la de otro.

Hoy día vamos por el mundo de alguna forma como David. Descuidamos a nuestros hijos con la excusa de que hay que trabajar para subsistir. No siempre es para subsistir. En la mayoría de los casos trabajamos para poseer cosas, para darnos placer, no para subsistir. Y entonces el ejemplo que les damos a los jóvenes es que hay que tener cosas para ser alguien en la vida. Nos olvidamos de sus problemas, pero les damos dinero, comodidad, placer. No supervisamos sus amistades, porque ellos tienen derechos. El gobierno ha decidido sancionar a un padre o a una madre que corrige a sus hijos. Está bien que el estado vigile la seguridad de los niños, pero poner en la cárcel a un padre o a una madre porque le da una nalgada al hijo en forma de castigo es absurdo. De esa manera, los hijos hoy día saben que sus padres no los pueden castigar porque Servicios Sociales los mete presos.

La violencia no es forma de castigar a los muchachos, pero sí la disciplina. Un joven hace algo que no debe hacer, y muchos padres los amonestan, y ahí acabó el problema. Cuando era jovencito, estaba corriendo mientras jugaba con unos amigos. Pasé por el lado de un edificio y una piedra me dio un ojo, y casi me lo saca de lugar. Se me hinchó tanto que no veía por él. Quien había tirado la piedra era uno de mis vecinos, para abrirle la cabeza en dos a otro que le había hecho algo. Mi mamá fue a decírselo a su mamá, y ella, desde el balcón, con la más grande displicencia, le dijo al hijo, "te he dicho que no tires piedras." El muchacho dijo, "está bien," y siguió jugando. No estoy hablando de un niño de cinco años. Este muchacho tenía 14 años. Yo tenía ocho. Está de más decirles que este joven salió ser un delincuente que pasó muchos años en la cárcel, por drogas, y hasta por un asesinato que cometió.

Cuando nuestros hijos cometen actos reprobables, el castigo debe ser equivalente. Mi hijo hablaba mucho en la escuela. Y un día me llamaron para darme la queja. Le dije que por eso no iría a alquilar películas por dos semanas, ni juegos de video. Eso le dolió mucho porque le encanta el cine. No volvió a hablar más en las clases.

David vio la espada en su casa porque no dio el ejemplo a sus hijos. Los descuidó, y también pecó. Tengamos en cuenta que el pecado tiene sus consecuencias y se forma alrededor de aquello que tanto queremos. Pidamos a Dios cada día que nos libre de caer en tentaciones.

martes, 8 de julio de 2008

Parábola de la oveja (2 Samuel 12:1-4)

Esta parábola tiene como interlocutores a dos personajes muy grandes del Antiguo Testamento. Por un lado el rey David, y por otro el profeta Natán. El contexto de esta narración es muy conocido, porque fue el siguiente. David vio a Betsabé, la esposa del capitán Urías, bañándose, la deseó e hizo que se la trajeran. La poseyó y la hizo su amante. Cuando el capitán regresó, David descubrió que Betsabé estaba encinta e hizo que de alguna manera asesinaran a Urías, mandándolo a poner en el frente de batalla más encarnizado.

Natán le cuenta esta historia a David, y el juicio del rey es que el hombre que ha hecho esto merece morir (6). Es entonces cuando Natán le revela que ese hombre es él mismo. David entonces se arrepiente, confiesa su pecado y le pide perdón a Dios por el pecado cometido. Este arrepentimiento lo podemos encontrar en el salmo 51, llamado el Miserere.

Podemos mirar dos vertientes del tema de esta parábola. Por un lado, tenemos el abuso del poder por parte de la gente rica y poderosa. El rico de este relato lo tiene todo, incluso un ganado enorme, pero para alimentar a la visita, recurre a tomar la única pieza de ganado que tiene el hombre pobre. En la vida cotidiana, este tema recurre una y otra vez. Vemos cómo hay gente rica, que pudiendo pagar servicios en hospitales, tiendas, hoteles, no los pagan porque tienen prebendas con el gobierno y la empresa privada. En una ciudad donde viví, me fijé un día que en un video club tenían puesto el siguiente rótulo en una de las computadoras: "Al señor X (el alcalde de la ciudad) no se le cobra." Otro ejemplo fue que un año, mi planilla de contribución sobre ingresos tenía un error por parte del contable. Yo tenía que pagar $1, 500.00, pero por ese error, la multa y el interés fue de $500.00, a sólo un mes de haber radicado el documento. Sin embargo, un senador le debía al fisco $4,000.00 hacía tres años, y las multas e intereses sólo subían a $400.00. Cuando le pregunté a un empleado de Hacienda cómo era posible que yo debiera todo eso por sólo un mes, y el senador debiera tan poco, su única respuesta fue: "Aquí se le cobra a todo el mundo por igual." Parece que el senador no pertenecía a la clase de "todo el mundo." El presidente Clinton tuvo un romance con una empleada temporera, pero eso sin embargo le subió la popularidad. Si no hubiera sido el presidente, seguro que lo habrían echado del puesto, y le hubieran manchado la reputación. Ése es el mundo de ese rico de la parábola, que no puede tomar de lo suyo para salir de sus problemas, sino que lo hace de los pobres. En Puerto Rico hubo un gran escándalo porque un médico del gabinete del Gobernador se robó un montón de fondos de un instituto que proveía para enfermos de SIDA. ¡¡UN MÉDICO!! ¿Qué médico necesita robar fondos? Con todo el dinero que ganan.

Por otro lado, vemos cómo el hombre pobre cuida de los suyos. Cómo cuida a su ovejita, cómo la ha criado junto con sus hijos. Cuando no tenemos nada, o tenemos poco, cada cosa que poseemos adquiere un valor enorme. Mucha gente rica se suicida porque la vida, llega un momento, en que no vale nada. Como todo lo tienen, ya todo les aburre. Simplificar la vida nos provee paz y tranquilidad. Nos podemos asombrar ante lo más sencillo, porque cada cosa parece nueva. La pobreza es alabada por Cristo porque de ellos "es el reino de los Cielos." Nuevamente vemos cómo Dios se alía con la gente desposeída, con los marginados, con aquellos que sólo tienen como tesoro el reino de Dios.

David aprendió su lección, y de ahí en adelante Dios lo vio con mejores ojos, aunque la desgracia no abandonó su casa. Natán le dijo que su familia viviría por la espada. Y así fue. No dejemos que el infortunio se apodere de nuestra alma por el pecado. Demos a Dios lo que es de Dios, que el César tendrá aquí su única recompensa.

sábado, 5 de julio de 2008

Parábola de los árboles (Jueces 9: 8-15)

También en el Antiguo Testamento existen parábolas, ya que ésta era una de las maneras en que Dios tenía para enseñar al pueblo. Las comparaciones existen en nuestra vida diaria como parte del folklore, por eso tenemos los refranes, los chistes, los ejemplos. Cada uno de esos géneros imparte no sólo entretenimiento sino también sabiduría.

Esta parábola se enmarca en uno de los periodos de en que el pueblo judío se encontraba con un rey muy pérfido, Abimelec. Fue el primer rey que se autoproclamó y que mandó a matar a 69 de sus 70 hermanos. El pueblo sufrió una maldición de parte de Dios por esta acción de su rey. Abimelec no es el primer rey malvado. En su momento, también lo fue Saúl, quien le dio la espalda al profeta Samuel y no tomó sus consejos. A raíz de eso, Dios le dijo al profeta que escogiera a otro de sus hijos para liderar Israel. Y así fue que David vino a ser el rey. Saúl le dio mala vida hasta que Dios decidió que Saúl no debía seguir allí y se lo llevó en una guerra.

La parábola tiene dos mensajes claramente delineados en su trama. Por un lado, los árboles quieren tener a un rey y les piden al olivo, a la higuera y la viña que sean sus reyes. Cada uno declina, por una razón poderosa: el deber y la vocación. Finalmente se lo piden a la zarza espinosa, la que gustosamente acepta, pero con una especie de amenaza: "…vengan y refúgiense en mi sombra. Si no, haré que salga fuego de mí y devore los cedros del Líbano" (Jueces 9: 15). El otro mensaje es que la gente que no vale la pena es la que acepta estos puestos de poder, precisamente porque eso los valida y hace que la gente pierda de vista que no son personas de fiar. La gente que tiene sus propios méritos, no necesita posiciones para validarse. El libro El principio de Peter nos muestra, con un axioma muy cómico, pero muy acertado, qué sucede con ese tipo de gente: "Un empleado de una compañía cualquiera llega hasta su máximo nivel de incompetencia y ahí se queda." Tiene sus corolarios, y vemos que nos dice: "Los competentes y los súper competentes no caben en este sistema."

Por eso vemos que cuando una persona asume el mando en alguna compañía o en el gobierno, cambia radicalmente. Se convierte en autoritari@, se alía con la administración, no se solidariza con los compañeros. Generalmente actúa de manera hipócrita, y les dice a sus compañer@s que lo que él o ella hace no se puede explicar porque sea de la administración, sino porque lo ejecuta para mejorar el lugar de trabajo o el país. Dice asimismo que la vida privada de sus compañer@s de trabajo no le importa, pero los fiscaliza, los espía y los chantajea cuando ve que no se amoldan a su forma de trabajar. Justifica todas sus acciones con la administración.

Éste es el cuadro que tenemos en nuestra vida diaria en nuestros trabajos y en nuestros países. Personas que no valen nada en los puestos de poder. Abimelec dio esas muestras cuando destruyó la ciudad de Siquem (9:45), quemó la "torre de Siquem" (9:46-49) y cuando finalmente lo mataron en Tebes (9:53-54). Muchas veces vemos que profesores o profesoras deciden ser decanos o decanas para deshacerse de compañeros que no le caen bien, o para gozar de prestigio y poder, no para ayudar a la universidad o a la escuela. Los dictadores suben al poder por golpes de estado, y luego desaparecen a sus contrincantes y a sus seguidores.

Creo que la enseñanza se puede aplicar también de dos maneras. La primera, siempre seamos fieles a nuestra vocación. Un maestro o maestra es eso primero que nada. La administración hay que dejarla a los administradores. La segunda, siempre miremos a quién proponemos para administrar nuestras vidas, ya sea en el trabajo o en el país. No nos podemos quejar si dejamos que esos malos administradores, como los de la parábola, rijan en el mundo y nos quiten la poca posibilidad que tenemos de vivir en paz de una vez para siempre.

jueves, 3 de julio de 2008

Parábola de los dos deudores (Mateo 18:23-34; Lucas 7:41-47)

Aquí en realidad hay dos versiones de una misma parábola, aunque ambas difieren un tanto en la focalización. La de Mateo se centra en este personaje que pide al dueño que le perdona una deuda y luego va y casi mata a alguien que le debe a él. En la de Lucas, Jesús pone la parábola y pregunta que cuál de los dos a quienes se les perdonó la deuda le agradecerá más al amo. En ambas, es obvio que se trata del perdón. Como dijimos cuando comentamos la parábola del Hijo Pródigo (Lucas 15), la espiritualidad trata casi toda del perdón.

Empecemos por ver cuánto perdonó Jesús. A la pregunta de cuántas veces debemos perdonar a nuestro prójimo, Jesús contesta que 70 veces siete. Es como decir, perdona siempre. Él mismo dio el ejemplo. Perdonó al paralítico que bajaron en una camilla a través del techo (Mt. 9:2-8); a la mujer atrapada en adulterio (Jn 8:3-11); a la mujer que le ungió los pies con el perfume (Lc. 7:44-50); a Pedro, por negarlo (Jn. 18: 15-18); al ladrón en la cruz (Lc. 23:39-43); y a los que lo que crucificaron (Lc. 23:34). No se puede decir que lo que hace Jesús es darnos teoría. No, lo aplica a la vida, para que lo veamos en acción.

Para no dejarnos de decir, lo pone como parte de la oración que nos enseña en el Padrenuestro. Para mí, lo más difícil de la religión cristiana es el perdón. Y todo porque somos muy egocéntricos. Cuando entendamos eso, perdonar se hará más fácil. Tenemos que empezar a dejar de lado los designios del ego. Cristo nos enseña de alguna manera qué es andar en el espíritu cuando nos dice que para seguirlo debemos negarnos a nosotros mismos. Si queremos aprender a perdonar, unos cuantos pasos nos ayudarán a ello:

1) Primero tenemos que aprender a perdonarnos a nosotros mismos. Muchas veces nos condenamos pensando que somos escoria, que no valemos nada. Que todo lo hacemos mal. Dios nos creó a su imagen, por lo tanto, valemos infinitamente porque tenemos en nosotros la impronta divina. No viene mal, entonces, reconocer en nuestra personalidad aquello que vale mucho, aquello bueno, y perdonar los errores que hemos cometido. La mejor manera es saber que una vez que nos arrepentimos y le pedimos perdón a Dios, Él en su infinita misericordia, nos limpia de todos nuestros pecados. Siempre debemos oír la voz del Maestro que dice, "en lo adelante, no peques más."

2) Para perdonar a otra gente, hay que practicar la empatía, es decir, ponerse en los zapatos de la otra persona. Entender que la otra gente tiene ideas distintas a las nuestras es vital para perdonar cuando creemos que alguien nos hace mal. Mucha gente hace cosas que no están del todo bien para nosotros, pero no lo hace por dañarnos, sino porque genuinamente piensa que con eso ayuda al mundo. Claro, es cierto que no siempre ayuda al mundo. Pero Jesús no pensó en eso cuando lo condenaron injustamente y lo mataron porque pensaron que era un impostor y un revoltoso. Simplemente los perdonó, e insistió en que no sabían lo que hacían. Si pensamos así, poco a poco nuestros sentimientos de hostilidad hacia la gente que no nos cae bien por tener otras ideas irá desapareciendo. Es decir, tenemos que soltar la manía de creer que sólo nosotros tenemos la razón.

3) Debemos dejar la estrategia de hablar mal de la gente. Eso lo único que logra es que siempre veamos a nuestro prójimo como malo. San Pablo dice que no usemos malas palabras porque afectan al Espíritu. De eso se trata. Tengo una compañera de trabajo que nunca habla mal de nadie. Para ella, todo el mundo es bueno, sano, brillante, bien intencionado. No sé quién tenga problemas con ella, porque todo el mundo la quiere. Eso es ser una persona sana.

Practiquemos a perdonar. En un diario, práctica muy buena para la oración, escriba la gente a la que todavía no ha perdonado por alguna razón. Vea bien cómo se dio la situación y pruebe a cambiarla por escrito. Perdone a esa persona. También puede escribirle una carta y perdonarla por escrito. Vea cómo se siente. Dios le dará paz a su alma si lo intenta solamente.

No vayamos al Purgatorio hasta pagar la deuda. Perdonemos las ofensas de los demás para que Dios perdone las nuestras.

jueves, 26 de junio de 2008

Parábola de la oveja perdida (Mateo 18:12-14)

Esta es una de esas parábolas cortas en las que Jesús habla de los pecadores. El Maestro tenía mucho amor por los pecadores, y aún hoy lo tiene. Lo que a Él le disgusta es el pecado, no quien lo comete. Esta comparación de los pecadores con la oveja perdida, tiene su parangón en varios eventos de la vida de Jesús.

Los fariseos, los escribas y los doctores de la Ley despreciaban a la gente que para ellos había cometido algún delito o pecado. No es nuevo esto para nosotr@s. Hoy día sacamos de nuestras vidas a todo aquél que tenga alguna traza de marginado. Vamos por el mundo despreciando a la gente por su color, por su credo religioso, por su afiliación política, por sus enfermedades, por sus llamados "defectos físicos," por su gordura, por su fealdad. Habría que nombrar una lista tan grande de "ovejas perdidas," que no terminaríamos. Los judíos marginaban a los leprosos porque pensaban que la enfermedad era un castigo por algún pecado cometido. A las enfermedades les llamaban "demonios." Jesús vino a curar todo ese prejuicio. Cuando le traían a alguien enfermo lo curaba de alma y cuerpo. Su gran sabiduría le decía que un cuerpo enfermo era seguramente un alma enferma también. Pero no para marginar al enferm@, sino para saber que alguna herida había en su alma.

De esa manera curó a los que estaban enfermos físicamente, a los ciegos, a los paralíticos, a los epilépticos. Resucitó muertos, como el hijo de la viuda de Naím, la hija de Jairo, a Lázaro su amigo. Asimismo curó a los que estaban enfermos de otras cosas: Zaqueo, que era un ladrón del dinero de los pobres, le dijo a Cristo que le devolvería cuatro veces lo que le había quitado a la gente. María Magdalena dejó la prostitución cuando Jesús la perdonó. Los seres humanos no la perdonaron, porque se apegaron a la Ley que decía que había que matarla. Cristo fue más allád e la letra, había que tener misericordia.

¿Cuántas veces hemos juzgado a la gente por alguna de esas cosas que mencionamos antes? Creo que muchas. Nos hemos enemistado con gente porque no es de nuestro partido político, o de nuestra iglesia. Le negamos dinero a gente porque pensamos que son ladrones, que no quieren trabajar. Dios no hace distinciones. Quiere que todos vayamos al cielo, quiere que todos seamos felices en esta tierra. Para Él, aquella gente que no cabe en nuestras limitadas mentes, es gente importante. Porque Él juzga por el alma, que es inmortal, por el alma que no tiene ni necesita dinero, por el alma, que alaba a Dios día y noche. Por eso Cristo, como buen Pastor, se alegra de encontrar esa oveja que se le ha perdido.

Sepamos que para Dios no existen las divisiones, sólo nosotr@s hacemos eso. Pidámosle tolerancia y amor para que todo aquel que sea diferente tenga un espacio en nuestro corazón.

martes, 3 de junio de 2008

Parábola del Buen Samaritano (Lucas 10:30-35)

Este relato nos trae a la mente muchas de las ideas que hemos estado analizando en las pasadas parábolas. De modo que aquí lo que haremos será ampliar y concretar ciertas actitudes. Jesús responde con este cuento a la pregunta de uno de los maestros de la Ley que quería ponerlo a prueba: "¿Y quién es mi prójimo?" Esta pregunta nos la hacemos muchas personas en la vida. Rápidamente llegamos a la conclusión de que son nuestros parientes más cercanos, nuestros amigos más queridos, los hijos e hijas de éstos, e inmediatamente tenemos una red inmensa de gente por la que podemos hacer algo. Decimos: "Éste es mi prójimo." Para aclarar eso, Cristo pone la parábola.

Nuestro prójimo es todo el mundo, incluyendo a nuestros enemigos. Ya en el Sermón de la Montaña el Maestro había prevenido a sus oyentes de que era muy fácil ayudar a la gente que podía devolvernos los favores. Lo difícil era, por supuesto, que lo hiciéramos por aquéllos y aquéllas que en la vida nos podrían pagar. Nos instó a rezar por los que nos persiguen, por los que nos ofenden, y a bendecir sus vidas de la misma manera que lo haríamos por nosotros o por nuestros allegados.

La primera escena de esta narración se da hoy día en muchos lugares del mundo diariamente. Las cifras de asaltos, asesinatos, secuestros y violaciones son astronómicas. El llamado progreso ha traído la criminalidad a nuestros países ordinariamente tranquilos. Pero vemos que pasaba en el tiempo de Nuestro Señor, y que no es nada nuevo. Aquel hombre fue víctima de la criminalidad de su tiempo. ¿Cuántas veces no hemos visto actos delictivos y pasamos como si con nosotros no fuera? No ayudamos, no damos parte a la policía, porque no queremos vernos involucrados. En muchos casos, damos alerta y la policía se hace de la vista larga, porque en infinidad de ocasiones tienen la idea de que es mejor que a ellos no les pase nada.

Lo peor es que la llamada gente comprometida no hace nada tampoco. Al hombre le pasan por su lado un sacerdote, y un levita, que era de la casta de los sacerdotes también. Muchos clérigos pecan por estas situaciones. Hace unos días murió, de 93 años, una amiga, alguien a quien he catalogado como santa. Una mujer de fe, que pasó en su vida muchas amarguras. Vio morir a su esposo, a dos de sus hijos, y finalmente terminar sola en un hogar de ancianos. La visitaban sus hijos anualmente, venían de Estados Unidos. Ella nunca se quejó de su soledad. Mujer de comunión diaria, pasó sus últimos días en una cama, y nos dijo en una ocasión que los sacerdotes que daban la misa en el hogar de ancianos, uno de los cuales era su amigo, no pasaba por su habitación a llevarle la comunión. No nos lo dijo como chisme, sino como contestación a la pregunta que le hizo mi esposa de si comulgaba todos los días allí. La Iglesia como institución tiene en su seno muchas organizaciones que se solidarizan con los menos afortunados, pero en ocasiones pone demasiados obstáculos a la gente que quiere hacer caridad en su nombre. Se han escondido detrás de una burocracia inmensa que no deja pasar la espiritualidad. Muchos sacerdotes son más administradores que directores espirituales y les preocupan más los bancos donde se sienta la gente y el aire acondicionado del templo que promover la espiritualidad en la parroquia.

Al hombre lo ayuda un samaritano. Para los judíos, los samaritanos eran sus enemigos. Curiosamente, Cristo los pone como ejemplos en dos ocasiones más. Una es cuando vienen los diez leprosos a pedirles que los cure (Lc 17:21) y otra cuando habla con la samaritana en el pozo (Juan 4). En la primera, solamente el samaritano vuelve a darle las gracias después de que Jesús los ha curado y en la segunda, esta mujer reconoce en Cristo al mesías, cosa que no habían hecho muchos de sus compatriotas. El prejuicio es malo. Recuerdo un artículo que leí en un periódico de Puerto Rico. Un hombre les daba las gracias a unos residentes de un residencial público de San Juan ( a quienes mucha gente prejuiciada ve como ladrones y maleantes solamente), por haberlo ayudado cuando se le descompuso el auto. Él tenía miedo de que como se le había dañado en medio del residencial, allí vendrían y lo asaltarían. Contrario a esto, unos residentes se presentaron con herramientas y se lo arreglaron. Esto pasa muchas veces, que creemos mal de la gente. Los samaritanos eran gente común, como los judíos, pero tenían otras ideas, sobre todo religiosas, y eso los hacía enfrentarse. Vemos cómo Jesús nos dice que nuestros enemigos son asimismo nuestro prójimo, porque la esencia es la humanidad, no las creencias. Lo importante es el amor.

Fijémonos cómo el samaritano comparte con él su caballo después de haberlo curado. Lo pone en la hostería y le paga al dueño. Le dice que lo que él gaste de más, él se lo pagará a la vuelta. No hace excusas, de que él no puede pagarle, de que no es su responsabilidad. No dice que se lo paguen los que lo asaltaron, o el gobierno porque es de ellos el lugar donde lo asaltaron. Él se hace cargo. De eso es que debemos aprender. Hacer el bien sin mirar a quién, como dice el proverbio. Este relato nos enseña que todo el mundo es nuestro prójimo, que no importa lo que nos hayan hecho, hay que perdonar y bendecir. Sólo así cumpliremos con los mandamientos más importantes de la Ley.

jueves, 29 de mayo de 2008

Parábola de Lázaro y el rico (Lucas 16:19-31)

Los ricos, para Jesús, son parte de una clase que causa los problemas que hay en el mundo. Aunque no todos los ricos son parte del problema, necesariamente las personas que sólo viven para adquirir dinero y gastarlo, son el eje de una situación desesperante en esta sociedad. Jesús dijo que era más fácil que un camello pasara por el ojo de una aguja que un rico entrara en el Reino de los Cielos. En cambio de los pobres dijo: "Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos." ¿Significa esto que ningún rico entrará en el cielo? No lo creo. Para mí, el meollo de todo esto es el amor al dinero. No es tenerlo, es lo que haces con él. En este cuento, Cristo nos contrapone dos figuras que se dan tanto en aquella época como en ésta. Basta con mirar en todas las ciudades del mundo, y veremos a los mendigos tirados por el suelo pidiendo dinero. En Puerto Rico también los tenemos en los semáforos. Muchos de ellos llagados como Lázaro por distintas causas, ya sea por el uso de drogas, por enfermedades como el SIDA, u otras parecidas, o simplemente por la falta de higiene, ya que algunos ni siquiera tienen donde vivir. Se pasan las noches bajo puentes, o en un banco de la plaza. A veces los he visto en los aeropuertos durmiendo en alguna esquina.

Las estadísticas mundiales revelan que el 80% de las riquezas del mundo se halla en el 20% de la humanidad. Ese otro 80% vive en la pobreza, y en algunos casos, como los que acabo de describir, en la pobreza extrema. Visité París en el 2005, y allí un guía nos dijo que había joyerías en las que no podías entrar, y nos enseñó una, si no probabas de alguna forma que eras millonario y que podías pagar por lo que allí vendían. Es decir, que si vas a sólo a ver, como hubiéramos hecho nosotros sólo por curiosidad, no te permiten la entrada. Nos dijo que allí sólo iba gente como Paris Hilton, Britney Spears, Jennifer López, et al. Ningún Lázaro de la vida entraría allí.

Por la radio he escuchado que un "shopping spree" de Paris Hilton en un día cuesta $26,000.00. Jennifer López alquila todo un piso de un hotel si va de vacaciones y un día suyo sale asimismo en una suma más o menos igual, de entre $25,000 a $30,000. López pide que el ambiente de su habitación esté siempre en los 74° Fahrenheit. En un momento dado, a principio de su matrimonio, Marc Anthony le regaló a López unas pantuflas de $3,000.00. Esos son los ricos de los que habla la parábola. Aquéllos que sólo viven para satisfacer sus "problemitas."

Muchos niños mueren de hambre en el mundo, mientras los gobiernos gastan billones en guerras, en ir a la Luna (no sé realmente para qué), en entretenimientos. Los casinos son asimismo la orden del día para mucha gente, especialmente ancianos, que gastan lo que tienen y lo que no tienen por ganarse dos o tres mil dólares que luego vuelven a perder, porque la codicia no deja que te vayas con lo que ya tienes.

Un día un estudiante me dijo que un pelotero famoso de Puerto Rico, se merecía ganarse $39 millones porque él "se fajaba mucho." Yo le dije que mucha gente se fajaba mucho en Puerto Rico, que se levantaba a las 5:00 de la mañana, trabajaba hasta tarde en la noche, y no soñaban ganarse eso en toda la vida de trabajo hasta que se retiraran. De manera que somos nosotros mismos los que mantenemos el estilo de vida de esos ricos y poderosos, porque compramos lo que venden, auspiciamos sus extravagancias y luego las justificamos. Hace poco Britney Spears abandonó un carro en medio de la calle y se fue. Si alguno de nosotros hace eso, viene un policía y nos mete presos. En Miami, un policía acarició su macana mientras me decía que me saliera de un área del aeropuerto en la que me metí sin saberlo. Cuando le traté de explicar que sólo me tomaría un minuto para decirle al conductor de una firma de carros de alquiler que lo iba a seguir para entregar mi auto, se agarró la macana y me dijo que no le iba a decir nada. Me monté en el auto y me fui de allí, porque sabía que lo próximo sería un golpe y un arresto por "ataque a un oficial de la policía." Ésas son las razones por las que los ricos no entrarán al cielo, según Jesús. Ya han tenido toda su recompensa aquí: honores, poder, comodidad.

En cambio, los Lázaros, tienen que esperar a que Cristo los aguarde en el cielo y les ofrezca la morada eterna que les prometió. Los Lázaros viven de la esperanza, y si tienen fe, eso les ayudará a soportar todas sus penas. Los ricos, que saben por la iglesia, por la Biblia, por la tradición, por los sacerdotes, pastores, gurúes y personas de Dios que les han predicado, que deben ser caritativos, no poseerán esas mansiones, porque ya las han tenido aquí. El cantante Kenny Rogers, en 1983, dijo en una entrevista que tenía seis mansiones en Estados Unidos. La más barata costaba en aquel entonces $3 millones. Manifestó que había pensado vender alguna de ellas, pero que en realidad después se había arrepentido porque las necesitaba todas.

El rico de la parábola le dice a Abraham que si sus hermanos ven a alguien que resucita de entre los muertos, le creerán. Abraham le ha dicho que tienen a Moisés y a los profetas. ¿Cuántos de esos ricos de hoy y de todos los tiempos no han oído la buena nueva de Jesús resucitado? ¿Le han hecho caso? Para ellos la Biblia no es más que una sarta de cuentitos fantásticos en los que sólo creen aquellos insulsos que no tienen nada a que asirse. Ellos, en cambio, tienen todo su poder y su dinero para vivir bien y comprarse el cielo, si mal no viene.

Pensemos en la caridad solidaria. No gastemos dinero si no necesitamos las cosas. Demos dinero a la caridad, no hagamos excusas de que "lo quieren para drogas," "esos ministerios se roban el dinero," "la iglesia es rica." Dios ayuda al dador alegre, dice la Escritura. "Al que te pide, dale," manifiesta Jesús en el Sermón de la Montaña. Recemos asimismo por los que no tienen techo, por los que no tienen comida, por los que se enferman y no tienen quién les ayude médicamente, por los que no reciben educación porque los gobiernos piensan que se convierten en amenazas si aprenden. En fin, oremos por los pobres de todas clases en este mundo, y así los ángeles a nuestra muerte, nos llevarán al seno de Abraham.

miércoles, 28 de mayo de 2008

Parábola del administrador astuto (Lucas 16:1-8)

¿Quién de nosotros no ha conocido a uno de estos administradores astutos? Los tenemos casi siempre en el gobierno, robándose los fondos públicos y después diciendo mentiras sobre cómo los han usado. También muestran recibos falsos con firmas falsificadas. Los tenemos también en los comercios, que usan balanzas arregladas, o venden productos podridos. Los tenemos en los restaurantes, los que usan aceite veinte veces para freír lo que nos venden, y luego anuncian sus productos como muy saludables. Este tipo de administrador anda suelto por ahí en todas partes. Lo malo es que nuestro sistema los cría de esa manera, y luego ya no sabe qué hacer con ellos.

Este tipo de gente abunda en nuestra sociedad. Jesús dice que "en verdad los de este mundo son más astutos que los hijos de la luz para tratar a sus semejantes." Los que andamos en la luz no tenemos esa malicia. Caemos una y otra vez en las garras de este tipo de gente. Nos dejamos atrapar por la comodidad, por el poco gasto, por no hacer más de lo que tenemos. Una y otra vez alimentamos a esta clase de alimaña. Sí, porque eso es lo que son, alimañas que se alimentan de nuestra ignorancia, de nuestra candidez. Fíjense cómo Jesús no señala que la gente cuestionó al administrador. ¿Qué habríamos hecho nosotros si alguien en un banco nos dice que firmemos un recibo sin nosotros haber pagado nada? Mucha gente lo haría de inmediato con la excusa de que los bancos son multimillonarios y no necesitan de nuestro dinero. ¿Pero y qué tal los empleados y empleadas de esa firma que se quedarían sin trabajo si el banco decide cerrar por pérdidas? Es un pecado disponer de la vida de otros por darnos nuestra comodidad. La actitud correcta en este caso es decirle que no al administrador. No, no voy a firmar un recibo que me exime de un pago que realmente debo. No, eso no me corresponde hacerlo.

Tal es el caso de la gente que de alguna manera se roba privilegios de otras personas. El individuo que sabe que alguien tiene el billete ganador de la lotería y se lo roba. O la persona que goza de vacaciones que no le corresponden. O aquél o aquélla que se inventa una enfermedad para no ir al trabajo y se toma una licencia. O el maestro o maestra que no preparara sus clases y le da una buena calificación a todo el mundo para no meterse en problemas. Ésos son los malos administradores, y la lista se extiende, porque el ego, que es más astuto que nosotros, nos da muchas excusas para no devolver el dinero encontrado, para poner dependientes inexistentes en la planilla de contribución sobre ingresos, para robar el agua y la electricidad del vecino, y si se puede también la televisión por cable. Muchos administradores malos pululan por este orbe.

Sé también de médicos que te hacen esperar dos horas y media en sus consultorios para hacerte dos preguntas y cobrarte $110.00 por la visita. La visita no dura más de dos minutos.

Lo curioso es que como en la parábola, son los que se agencian la felicitación del amo. La sociedad los engrandece, les dice lo necesarios que son para el sistema. Y ellos continúan robando, continúan desangrando al pueblo de Dios con sus artimañas. El problema mayor ha sido que nosotros mismos hemos creado las necesidades que ellos alimentan. Sale un producto, lo compramos, y en menos de uno o dos años ya hay que cambiarlo, porque salió algo más moderno. Es lo que ha sucedido con las computadoras, los sistemas de video (como el VHS, el DVD, y ahora el Blu-Ray). Es lo mismo que ha sucedido con la gasolina y el petróleo. Nosotros hemos dejado que esos malos administradores no pasen leyes contra el excesivo precio del combustible, lo que logra que se encarezca la vida cada día más. ¿Por qué no hay combustibles alternos? Porque los intereses de las grandes petroleras pagan cada día a senadores y representantes para que éstos veten cuanto proyecto hay para algo semejante.

Los cristianos tenemos que meter mano en el mundo y denunciar, como hizo Cristo, a esos mercaderes del templo. Algunos de ellos son tan mezquinos que van a la iglesia y ofrecen en la colecta $1.00, pero luego se van a un restaurante y pagan $100.00 por una comida y una botella de vino. Si les preguntas, dirán que la Iglesia es rica, y que ellos no van a pagar los excesos de los curas y los obispos.

En mi parroquia, el sacerdote ha tenido que desglosarle a la gente los gastos en los que incurren cada mes para que la gente se motive a dar un poco más. ¿Cómo es que gastamos $80.00 en un concierto de cuatro peludos que desprecian al público que los va a ver, o de una mujer que ensucia de alguna manera la bandera de la patria a la que asiste, pero no podemos dar $20.00 en la colecta del domingo, porque "somos pobres"?

Somos también malos administradores en ese caso. Nos gusta más este mundo que la luz. Pero en el cielo se descubrirán nuestras patrañas. Y esas moradas que Cristo nos ha prometido que tiene para los que le aman, y que son eternas, no serán para esos administradores, sino para aquéllos, que como Lázaro el mendigo, sufrieron aquí por amor del Señor de Señores.

martes, 27 de mayo de 2008

Parábola del amigo que viene a la medianoche (Lucas 11:5-8)

La parábola anterior me dejó pensando en que Cristo y su Evangelio nos dan muchas coordenadas para saber cómo orar. Este ejemplo es muy gráfico de lo que decíamos en el relato anterior. Este amigo viene a pedir pan en la noche y el dueño de la casa se lo niega porque está acostado. Cristo agrega: "Yo les digo que, si el de afuera sigue golpeando, por fin se levantará a dárselos. Si no lo hace por ser amigo suyo, lo hará para que no siga molestando…" (8). Muy ilustrativo este pequeño trozo de sabiduría.

Hay muchos ejemplos en el Evangelio que nos hablan de esta manera de pedir. El primero del que me acuerdo es el del ciego del camino (Mateo 20:29). Este ciego no andaba solo, andaba con otro, y cuando oyó pasar a Jesús, gritó a voz en cuello: "Jesús, hijo de David, ten compasión de nosotros." La gente, al oírlo gritar de esa manera, lo mandó a callar. Él no tuvo miedo, volvió a gritar con más veras. Y así el Maestro lo oyó y lo mandó a venir. Acto seguido le concedió su deseo de ver.

Otro caso parecido a éste es el de la cananea (Mateo 15:21). Esta mujer le dice a Jesús que cure a su hija, y el Maestro le contesta que no ha venido para los paganos, sino para las ovejas perdidas del reino de Israel, y que no está bien echarles el pan de los hijos a los perros. La mujer tampoco tiene miedo, y le dice: "Si, pero hasta los perros comen de las migajas que caen de la mesa de los amos." Y al ver su fe y su persistencia, Cristo le hace el milagro.

Asimismo los leprosos del camino logran que Cristo los cure llamándolo desde lejos porque ellos no podían entrar en la ciudad (Lucas 17:11). Estos tres ejemplos bastarían para ver que la máxima de Cristo de "pidan y se les dará" tiene sus pequeñas estrategias. No basta con pedir, hay que pedir con fe, hay que pedir como si ya nos hubieran dado las cosas: "Por eso les digo: todo lo que pidan en la oración, crean que ya lo han recibido y lo tendrán" (Marcos 11:24).

¿Por qué siempre nos obstinamos en pensar que Dios no nos quiere dar las cosas? Jesús es misericordioso, y todo aquello que le pidamos para beneficio de nuestras almas nos lo concederá. No sólo eso, sino todo aquello material que nos ayude en la consecución de la salvación. Pidámosle todos los días por nosotros, por nuestros familiares, por nuestros amigos, por la gente que va a morir, por las ánimas del Purgatorio, por los enfermos, por los misioneros. El apostolado de la oración es bendecido por Dios al 1,000,000 por ciento.

Hoy pidamos también por la paz del mundo, para que acaben para siempre las guerras, y para que todo el mundo tenga algo que comer. Así sea.

lunes, 26 de mayo de 2008

Parábola del juez malo y la viuda (Lucas 18:1-7)

Aquí vemos un relato que tiene que ver con la oración. Muchos de nosotros optamos por esta actitud de "eso es la voluntad de Dios, y la voluntad de Dios no se puede cambiar." Creo que nos equivocamos. La actitud que muestra aquí la viuda es la actitud que deberíamos tener tod@s. Pedimos algo y como no se nos da, entonces lo dejamos ahí. Cristo nos dice que tenemos que seguir pidiendo hasta que Dios nos conceda lo que queremos. En ciertas ocasiones lo que pedimos no nos conviene, pero Dios nos contesta de muchas formas para que lo sepamos.

Para saber cómo nos podemos portar delante de Dios en la oración basta con mirar el caso de Abraham y los tres ángeles que vinieron a destruir Sodoma y Gomorra (Genésis 18:16-33). El padre de la fe no se arredró de estar hablando con el mismo Dios para pedirle que no destruyera esos pueblos si había allí gente justa. El Señor le contestó con mucha paciencia a todas sus peticiones, pero el único justo que había en esa región era su sobrino Lot y Dios mandó a dos de sus ángeles a buscarlo con su familia para sacarlos de aquel infierno en el que estaban metidos.

La viuda tiene esa misma característica que Abraham, la persistencia, la perseverancia. Cuando pidamos algo, pidámoslo hasta que Dios nos conteste. Ya vendrá la respuesta, sea negativa o positiva. Y esto también se traduce en la vida ordinaria. La perseverancia en nuestros asuntos nos llevará a conseguir todo lo que nos propongamos. De eso también se trata la fe. Saber que algo que hemos planeado se cumplirá porque seguiremos tratando hasta que lo logremos. Darnos por vencidos al primer intento demuestra que no tenemos ningún interés en que se cumpla.

Tuve un amigo que cortejó por ocho largos meses a una muchacha, que consistentemente le decía que no. Él seguía insistiendo e insistiendo hasta que por fin ella se enamoró de él y fueron novios por ocho años. Desafortunadamente no se casaron porque eran muy jovencitos cuando empezaron la relación, pero el punto queda demostrado de cómo la persistencia da frutos. La oración es así, pensamos que no da fruto, pero poco a poco los vamos viendo si seguimos intentando.

Dios está siempre pendiente de todos nuestros pasos, nos conoce de arriba a abajo. No obstante, no está de más ventear en todo tiempo nuestros problemas con Él, porque nos dará las soluciones cuando menos nos lo esperemos. Sigamos importunándolo, para que nuestra vida de la fe se acreciente cada día más.

domingo, 25 de mayo de 2008

Parábola de las diez jóvenes (Mateo 25:1-13; Marcos 13:35, Lucas 13:25)

Me he dado cuenta de que esta parábola trae un mensaje que por lo menos yo no había notado. Además de lo que ya sabemos, del descuido y la diligencia como opuestos en la vida, un tercer elemento que se percibe en este relato es la asertividad.

Todos hemos leído esta parábola, o la hemos oído en la iglesia los domingos. Nos habla de dos actitudes muy comunes en la vida: la previsión versus el descuido y la vagancia. Las primeras novias saben cómo prepararse para la llegada del novio. Buscan sus lámparas, y se proveen de aceite necesario para encenderlas en caso de que se les gaste el que llevan. En cambio, las otras, a las que algunas versiones de la Biblia llaman, "las necias," se acuestan sin proveerse de lo necesario. Claro, cuando llega el momento, les piden a las que tienen.

En términos espirituales, este aceite del que habla Cristo es la gracia. Nuestra lámpara encendida simboliza la espiritualidad que hemos alcanzado. Para mantener viva esa llama, nos proveemos de ese aceite que incluye la misa, la asistencia a los sacramentos como la reconciliación y la comunión, los ejercicios espirituales, la meditación diaria, la evasión de la tentación, etc. Todo esto es a lo que se refiere Cristo con ese aceite con el que llenan la lámpara las jóvenes diligentes. Las necias en cambio se conforman con tener la lámpara y lo que Dios ha puesto allí sin ellas volverlo a llenar. Cada uno de nosotr@s tiene algo divino que debe hacer crecer con todo aquello de lo que hablamos. La parábola nos está diciendo que si no hacemos buenas obras ni mantenemos la gracia, ni siquiera la intercesión de otros logrará que entremos al Reino de Dios. No me refiero a que alguien se sacrifique por nosotros, porque eso sí rendirá fruto. Me refiero más bien a que la gracia es algo personal que no se puede transferir. Mi gracia es mi gracia, Dios no te la va a acreditar a ti. Yo puedo interceder con mi oración para que Dios te dé la oportunidad de reformar tu vida y ganarte la gracia, pero no te puedo dar la mía. A eso se refiere la parábola. La gente necia es la que se cree que puede robarse el cielo con la gracia de otros. Eso no será así. Dios te pide: darte quiere.

En la vida cotidiana, sabemos de gente como estas jóvenes necias. Gente que se roba las ideas de otros, y las pasan como si fueran suyas. Gente que se roba la identidad de trabajadores honestos para agenciarse el seguro social o las pensiones. Gente que funciona como hipócritas religiosos para que piensen bien de ellos, mientras viven vidas de pecado y de delito. Much@s se aferran a la compasión de gente buena que se cree que los ayudan y los dejan hacer lo que sea. A veces en las clases hay estudiantes que dejan que otros se copien de sus exámenes, porque "él o ella no pudo estudiar." En otros momentos dejan pasar a alguien mientras están en un embotellamiento, alguien que se ha metido por el paseo, haciendo algo ilegal, y no ha querido esperar su turno. Las incidencias son múltiples. Nos vemos acosados por gente así casi todos los días. Y uno les toma compasión, porque "un favor no se le niega a nadie." Estoy de acuerdo con eso, pero siempre he dicho que las situaciones hay que evaluarlas en el contexto.

Recuerdo el caso de una estudiante que tuve hace mucho tiempo. Un día hablábamos del Carpe Diem, el tema literario que habla de la fugacidad de la vida. Ella empezó a llorar, porque ella moriría muy joven. Nos dijo que tenía cáncer. Conmigo llevaba una nota aceptable, pero con una de mis compañeras llevaba una nota de fracaso. Cuando terminamos el verano, mi compañera me dijo que tenía una disyuntiva. Le pregunté que cuál era. Me dijo que no sabía qué hacer con aquella joven, ya que ella no pasaría el curso. Le dije, no hay ninguna disyuntiva, tienes que fracasarla. Me dijo insensible, y me preguntó si yo no sabía que ella tenía cáncer. Le dije que eso era lo que ella había dicho. Pero le añadí que en el cielo no necesitaría una nota de ese curso. Y le dije más, si ella no muere, tú tendrás un problema de ética. Estuvimos discutiendo por casi media hora, hasta que la convencí de que le diera la nota que había sacado.

Un mes después me encontré con la estudiante. Estaba muy contenta, y me dijo que no se moriría porque no tenía cáncer. Que ella se lo había creído porque le habían encontrado una mancha en el pulmón, que resultó ser otra cosa. ¿Ven?

Las jóvenes diligentes tienen además lo que se llama asertividad. Hacer lo que tienen que hacer o decir lo que tienen que decir en el momento apropiado. No siguen el "ay bendito", y les dan el aceite a las irresponsables. Les dicen lo que tienen que hacer: vayan y compren, no sea que no dé para todas. Eso es lo que tenemos que hacer, aunque a la gente no le guste. Conceder y conceder malcría a nuestro prójimo. A veces lo hacemos con nuestros hijos, e hijas, o con nuestros amigos y amigas. Hay que dar la respuesta apropiada, porque lo que se hace con la gracia, es responsablidad de cada cual.

jueves, 22 de mayo de 2008

Parábola de los dos hijos (Mateo 21:28-30)

Este relato siempre me ha parecido muy didáctico. Es cierto que todas las parábolas de Cristo enseñan claramente el camino a la salvación. No obstante, ésta para mí tiene un aspecto especial. Y creo que es porque apela directamente a algo de mi personalidad. Soy del tipo de gente que en inglés llaman "procrastinator." Esto significa que siempre estoy posponiendo las cosas. Pero siempre las hago, en un momento u otro termino haciendo lo que me corresponde. Esto se opone a otro tipo de gente que siempre está anunciando todo lo que hace pero en realidad todo está en su cabeza, o simplemente no lo hace porque no quiere y pretende que la sociedad lo perciba como alguien sumamente ocupado. Esta parábola tiene así dos significados muy delineados. Por un lado, el lado divino, que explicaremos ahora, y el lado humano o práctico, que también explicaremos para beneficio de los/as lectores/as.

En el plano divino, Jesús habla en esta parábola del arrepentimiento. Dios nos llama, y le decimos que no consistentemente hasta que un buen día vemos que lo que hacemos no nos lleva a ninguna parte. Entonces cambiamos radicalmente, nos arrepentimos y volvemos a Dios como nuestra tabla de salvación. Esta actitud resulta sumamente provechosa para el ser humano. No hay nada como reconocer que hemos llevado una vida de pecado o de delito, o simplemente de indiferencia por Dios o por nuestro prójimo. Dios siempre nos da la oportunidad de enderezar los caminos. Dios no quiere que ninguno perezca, y que todos se salven. Es por esta razón que en todo tiempo nos ha mandado leyes, estatutos y recomendaciones por medio de su palabra y sus profetas. Esas amonestaciones son las mismas que le da el padre al hijo cuando lo manda a la viña. "Vete a trabajar en mi viña." Es como si nos dijera, "vete a hacer apostolado, ocúpate de tu prójimo, predica, haz el bien." Muchas veces contestamos "no." Pero lo importante es que después de todo, nos arrepintamos y vayamos a hacer lo que nos toca.

En cambio, existe este tipo de personas que parece que han aceptado la llamada de Dios, pero que en el fondo no hace nada que no sea lo estrictamente necesario para aparentar ser cristiano. Van a misa los domingos, y cuando aparece la oportunidad te sueltan algún sermoncito de que el padre fulano es su amigo, de que conocen al obispo, de que fueron al cursillo tal o al retiro más cual. Siempre recuerdo al dueño de una farmacia que tomó un día (literalmente) de un curso de historia de la Iglesia. Fue allí porque se creía que quien daría el curso era el maestro con quien él había tomado "Historia del concepto de Dios." Rápidamente le dijo al maestro cómo debía dar el curso para que se pareciera al otro maestro, y cuándo debíamos parar para tomar una merienda, porque el "doctor tal" así lo hacía. No duró un día, porque el otro maestro no le hizo caso. Dios no nos quiere como cristianos de apariencia, nos quiere sólidos, aunque seamos pecadores. San Pablo siempre llama "santos" a quienes dirige sus cartas. Hoy día, sabemos que somos santos que escogemos pecar de vez en cuando. Y nos arrepentimos. Ese es nuestro papel.

En el plano diario, esta parábola nos insta nuevamente a la diligencia. Debemos estar pendientes de hacer lo que nos toca. Tanto en nuestro trabajo como en nuestra vida cotidiana. En la última parábola que comentamos, nos dimos cuenta de que el ocio nos perjudica, que no podemos estar ociosos, sino ser diligentes. La mejor manera de ser productivos es tener una agenda en la mano y apuntar cada día lo que tenemos que hacer. Poco a poco iremos tachando las cosas en la lista y sabremos que hemos cumplido con las tareas del día. En nuestra familia también tenemos cosas que hacer. Tenemos tareas en nuestras casas, que como seres humanos se nos olvidan. A lo mejor es una buena práctica hacer lo mismo. Apuntar en un almanaque o agenda cuándo nos toca una tarea, ya sea limpiar el patio, echar veneno para las cucarachas, lavar el carro o brillarlo. Si apuntamos esas cosas, el verlas en la agenda nos obliga de alguna manera a hacerlo. Esa ha sido la manera en que he podido arreglar mi manía de dejar las cosas para después. No quiere decir que no me pase, me pasa a menudo. No obstante, lo resuelvo cuando me obligo a apuntarlo.

Jesús dice a sus apóstoles que los publicanos y las meretrices nos precederán en el Reino. Eso significa que se arrepentirán y cobrarán el denario, porque aunque hayan oído tarde la voz de Dios, la han puesto en práctica. A nosotros, en cambio, nos puede suceder como a la liebre del cuento. Nos echamos a dormir porque como "tenemos la verdad," pensamos que con eso basta. Y ahí nuestra fe duerme el sueño de los justos.

Aprovechemos esta parábola. Digamos que sí al dueño de la viña y vayamos a trabajar. El trabajo genera trabajo, y así la fe también engendra fe.

lunes, 19 de mayo de 2008

Parábola de los obreros a la hora undécima (Mateo 20:1-16)

Al enfrentarnos a esta parábola, nos parece que el señor de la viña ha cometido una injusticia. ¿Cómo les va a pagar lo mismo a los que trabajaron una hora que a los que se desmadraron desde la mañana a la tarde? Nuevamente caemos en nuestras concepciones de la justicia humana versus la divina. Para entenderla debemos verla desde diversas perspectivas.

Lo primero es la comparación entre la justicia de Dios y la de los seres humanos. Es curioso cómo los seres humanos nos las hemos ingeniado para tergiversar la justicia de Dios. El Señor envió a Moisés con diez mandamientos para regular la vida de la gente. Jesús nos dijo que esos mandamientos se dividían en dos: ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. A raíz de eso nosotros hemos diseñado el sistema para que se ajuste a nuestro ego, que no ha podido lidiar con esas diez simples reglas. Hoy día para mucha gente, amar a Dios sobre todas las cosas implica decir que cree en Él e ir a la iglesia el domingo. Para otros, es decir que Él existe, pero que nosotros no tenemos nada que ver con Él. Así las cosas, si seguimos, no terminaremos nunca. Amar al prójimo, por otra parte, significa no meterse en las cosas del vecino. Esos mandamientos, a los que llamamos "ley natural," bastarían para que nuestra vida fuera totalmente placentera. No obstante, el ego ha hecho que queramos más para nosotros que para nuestro prójimo. Eso es lo que explica la actitud de los obreros al final de la parábola. ¿Por qué este tiene que tener lo mismo que yo? Yo trabajo demasiado, me levanto a las 5:00 de la mañana, viajo, conmuto, como mal en "fast foods" y todo eso. ¿Y éste gana más que yo, o lo mismo sin hacer la mitad de lo que yo hago? Eso no puede ser. Para Dios todos somos iguales, no nos distinguen los Rolex ni los Rolls Royce. Dios le ha dado a cada uno la misma oportunidad, así que todos tenemos asimismo la oportunidad de ganar lo que nos ha ofrecido, que es lo mismo para todo el mundo. ¿Y cuál es esa paga? El cielo. No va a haber allí categorías distintas para los que hicieron más que otros. Cada quien tiene lo que Dios nos ofreció.

La segunda manera de mirar esto es la legal. El señor de la viña se ajustó con sus obreros en un denario, y eso les pagó. En este tiempo, los contratos son muy necesarios, pues se ha perdido aquello de la palabra de honor. Te ajustas con alguien en algo para un trabajo, y si no está escrito, pues el cliente se burla de ti y no te quiere pagar lo que le dijiste. Y aunque un contrato oral es tan válido como uno escrito, si no hay nadie que testifique que ese fue el trato, lo perdiste. A mi padre le pasó eso en dos ocasiones, por honesto. En un caso, después de haber estado un día entero sacando un yate del mar para ponerlo en tierra con una grúa, le pidió $75.00 al cliente, y éste le dijo que eso era muy caro, y le dio $25.00. En otro caso, le vendió una camioneta a un individuo que le prometió pagarle la mitad en otro momento, y para no pagarle, se inventó la calumnia de que mi padre mandaba a robar los carros que vendía para después comprarlos más baratos. El contrato del señor en este caso es claro, "vete a la viña y te pagaré un denario." No le prometió nada más a nadie más. No veo por qué los otros pensaron que les iba a pagar más. Es obvio, se sentaron en la justicia humana, "yo hago más, cobro más." Es terrible ver cómo en ocasiones firmamos contratos que no se cumplen, porque las partes poderosas se salen con las suyas. Los jueces se venden, los abogados tuercen la ley, y después que está escrito, lo viran a favor del poderoso y los clientes menos afortunados se quedan como decimos "sin la soga y sin la cabra."

Otra manera de ver esta parábola es la laboral. Casi todos estos individuos están allí parados sin hacer nada. El señor los contrata para que le ayuden en la viña. El ocio es la madre de todos los vicios, reza un refrán popular. Existe mucha gente en el mundo con gran cantidad de talentos, como decíamos para la parábola anterior, que los desperdicia. Mucha gente con dinero y con empresas puede darle trabajo a aquella gente que no lo tiene. Gran cantidad de estas fábricas y empresas, con tal de ganar más dinero lo que hacen es bajar el personal, despedir gente. En diversas ocasiones se marchan de un país por no pagar los impuestos que les pone el gobierno y se van a otros lugares a explotar personas con pagas ridículas de 7 centavos la hora y cosas así. Algunos ni siquiera les dan compensaciones a los cesanteados. El señor de la viña es considerado: les da a los empleados lo que les prometió. Y eso es lo que debemos aprender en este renglón: ajustarnos a lo que prometemos, no abusar de nuestros empleados. Darles trabajo para que vivan una vida decorosa.

Todos estos pensamientos vienen a la mente cuando miramos la parábola. Así que Dios siempre nos preguntará: "¿Por qué te molestas conmigo por ser bueno?"

martes, 29 de abril de 2008

Parábola de los talentos (Mateo 25:14-30)


Esta parábola nos debe hacer pensar mucho. Cada uno de nosotros tiene un talento especial, o muchos, que Dios nos ha dado. ¿Cuál crees que es tu don? Lo primero que debemos hacer consiste en examinar nuestra vida, para saber qué cosas sabemos hacer mejor que otras. No se trata de decir, "yo no soy bueno para esto o para esto otro." Se trata de lo contrario, deslindar todo aquello para lo que somos realmente buenos. Muchas veces ser diestro en algo supone nada más que el interés que le demos a esa actividad. Tildamos de lentos o lentas a personas que supuestamente no tienen mucha inteligencia. Y eso se debe en gran parte a un infinito número de variables que no tienen nada que ver con el cerebro. Por esa razón es menester que hagamos una introspección y veamos qué temas nos interesan más, qué actividades gozamos mucho, y eso nos dará una idea de para qué somos buenos. En última instancia sabremos para qué nos puso Dios en este mundo.

Sí, porque cualquier cosa que hagamos puede manifestarse en la gloria de Dios. Si escribes, o pintas, o tocas algún instrumento. Si eres bueno para las artesanías manuales. Si puedes arreglar artefactos. Si hablas bien, o eres un magnífico y atento escucha. Si puedes analizar circunstancias. La lista puede alargarse infinitamente, y todas caben de manera perfecta en el plan de Dios para la salvación del mundo.

Lo que no es bueno hacer es guardarse los talentos para uno. Fue lo que hizo el último de los hombres a quienes el amo les dio los talentos. De alguna manera debemos poner a funcionar esos dones para el servicio de los demás. Sé de personas con uso talentos formidables, que por excusas parecidas a las de ese hombre de la parábola, dejan perder oportunidades inmensas de ayudar y ayudarse. Tengo un amigo con el más grande talento musical que he conocido. No ha hecho nada con eso. Un día hasta me dijo que no quería que lo llamaran "el músico de la iglesia." Le dije que no veía nada malo en eso, pero el insistió en que eso dañaba su imagen de hombre de negocios. Cosa que tampoco llevó a cabo, los negocios.

Cristo nos cuenta esta parábola ciertamente para decirnos que de la misma manera que los bienes ultraterrenos, como la fe, se acrecientan con el uso y con la práctica diaria, los bienes materiales también se pueden manifestar y acrecentar con la inversión y la constancia. Al que tiene se le dará, dice Jesús. Si oramos cada día con mayor fervor, poco a poco esa oración se hará mayor, más constante, más fuerte. Dios nos asistirá para que desarrollemos ese músculo. Pero si no lo hacemos, perderemos la práctica, y nuestra oración será débil, escueta y sin mucho efecto. De la misma forma, si hacemos ejercicio diario, nos mantendremos en forma, y seremos mucho más saludables. Quedarnos tirados en la cama todo el día lo único que nos producirá es alta presión, depresión y otras alimañas de la salud parecidas a esa.

Por lo tanto, el cultivo de las virtudes y de los talentos debe ser nuestro norte. Y sobre todo, siempre con el prójimo en mente. Cuando hagamos un trabajo en el que seamos buenos, siempre hagámonos esta pregunta: ¿Cómo beneficia mi trabajo a mi prójimo? Asimismo preguntémoslo cuando dejemos de hacer algo por defender nuestra comodidad. Conocí a un maestro de escuela superior que faltaba todos los jueves porque el no quería que el sistema se robara su dinero de licencias por enfermedad. Irónicamente, luego se enfermó del corazón, lo tuvieron que operar de corazón abierto, y muchos de sus compañeros le cedieron horas por enfermedad, porque él ya las había agotado todas. ¿No crees que eso estuvo de más? No obstante, en la calle siempre hay gente dispuesta a sacrificarse por los otros.

Pensemos en esto. No escondamos el talento que nos dieron, aunque nos parezca que es insignificante. Hagamos nuestro trabajo con el amor de brindárselo a nuestros semejantes, y aunque nos digan que somos beatos o que somos esto o aquello, sufrir vejaciones por Cristo es siempre la mejor inversión, las que nos dará los mejores réditos.

jueves, 17 de abril de 2008

Parábola del fariseo y el publicano (Lucas 18:9-14)

Esta parábola nos trae a la mente otra que aparece en el evangelio de Lucas, la del Hijo pródigo (Lucas 15). Como sabemos, los fariseos eran una de las castas religiosas que había en Israel. Se distinguían por su enorme celo en seguir la Ley. Parecía que para ellos la ley era Dios. Cristo los fustigó malamente, y les llamó "sepulcros blanqueados," y los acusó de cargar a la gente con preceptos que ellos mismos no seguían. Se cosían los mandamientos a las ropas y a los sombreros para recordarlos cada día.

En este relato el fariseo aparece dándole gracias a Dios porque no es como los otros hombres, y dice, "ladrones, injustos, adúlteros…" En cambio, el publicano, que resultaba ser uno de los personajes más detestados de aquel ámbito, aparece como el que finalmente sale ser justo, porque reconoce su naturaleza pecadora. Nosotros, los cristianos, debemos imitar al publicano, reconociendo e identificando nuestras fallas. Debemos pedirle perdón a Dios todos los días por las faltas que hemos cometido. Y debemos dejar atrás esa actitud de creernos que porque vamos a misa el domingo tenemos el poder de juzgar a loas demás.

Los fariseos son aquellos que se creen con la autoridad de decidir quién es bueno y quién es malo. También creen que son los llamados a restaurar el orden en los lugares donde se supone que hay problemas morales o de otro tipo. Hacen daño a gente porque piensan que esta o aquella actitud es indigna de un cristiano o cualquier ser humano. No se percatan de que muchas veces ellos mismos violan la ley por arreglar un "entuerto." Sé de anti-abortistas que matan a médicos abortistas porque "hay que defender la vida." Creo que eso se cae de la mata. No puedes violar el mandamiento de "No matarás" para que la gente no mate. Es lo mismo que pasa con la guerra y la pena de muerte. Sé también de gente que coloca anónimos para dizque denunciar supuestos pecados de la gente, como en las novelas de García Márquez con los pasquines. La gente que hace eso es cobarde, porque no se enfrenta a decir la verdad, si es que la hay, y piensa que así ayuda al sistema.

Los fariseos también piensan que hacer oración les da una línea directa con el Señor, y que Éste les agradece que se porten así, porque eso hace el mundo mejor. No se acuerdan de Jesús y su línea de perdones. No recuerdan que Jesús perdonó a la adúltera, a la mujer con cinco amantes, a Zaqueo, que era un ladrón de los bienes económicos de la gente. Cristo también perdonó incluso a los que lo mataron. Nunca permitió que le hicieran daño a nadie. Cuando los zebedeos, Juan y Santiago, preguntaron si hacían bajar fuego del cielo para extinguir una ciudad que no los recibió, el Maestro los amonestó.

¿Somos nosotros los llamados a juzgar a la gente y a decidir sus futuros morales? No, somos los llamados a prodigar la caridad a todo el mundo. Jesús nos dijo que perdonáramos a los demás sus faltas como los demás perdonan las nuestras. Nos dijo que amáramos a nuestros enemigos, no que los destruyéramos.

Pensemos hoy en nuestra naturaleza pecadora, y como el publicano, digámosle a Dios: "Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador."

martes, 11 de marzo de 2008

Parábola de la elección de puestos por los invitados (Lucas 14: 7-11)

Nuevamente Jesús alude a la invitación a una boda. Estas imágenes de banquetes y de bodas pertenecen a esa tradición de que seremos invitados a esa fiesta en el cielo. Jesús produce estas parábolas con el fin de que entendamos que nuestra recompensa en el cielo será grande si seguimos sus mandatos. Y éste que aquí nos dice es uno de ellos.

Ya hemos hablado de la humildad. Con este relato, el Maestro nos asegura que el mundo es de los humildes. Toda su predicación se basa en el famoso tópico del Beatus Ille, es decir, “bienaventurados aquellos…” En las bienaventuranzas, nos propone un programa de vida basado precisamente en la humildad. Hoy nos alcanza con otra de sus sugerencias: no seamos arrogantes. Ponerse en los primeros puestos no significa que se trate de eso que pasa en la boda nada más. Nos ponemos en los primeros puestos cuando pensamos que somos mejores que otros seres humanos porque ganamos más dinero, porque poseemos un grado más avanzado de educación, porque sabemos más palabras, porque nuestra profesión está mejor cotizada que las de otros. Incluso nos ponemos en los primeros puestos cuando mentimos para parecer mejores que otros. Por eso el Maestro pone la parábola del fariseo y el publicano.

Nuestra sociedad canoniza la belleza, la riqueza, la juventud y la valentía como valores supremos. Entiéndase que se le da importancia a la gente bella, con mucho dinero, joven y que demuestra su valor en sucesos tales como la guerra, los deportes extremos, la pelea física. Y rechaza o desprecia a los llamados feos, a los pobres y a los “cobardes.” Cuando una obra como “El héroe galopante,” de Nemesio Canales propone que el hombre es más hombre cuando resuelve sus problemas con el diálogo y no con la pelea física, los personajes marginan a este otro. Insisten que lo que sucede es que es un cobarde y que no se atreve a enfrentar a su oponente. Hoy día nuestra juventud está pendiente de salir de la pobreza, no con el trabajo arduo, con el esfuerzo constante, sino con el golpe de suerte que significa que su belleza lo lleva a la televisión, o con ganarse la lotería, o un premio en un programa de juegos. Los estudios, para muchos, no representan nada, son pérdida de tiempo, porque el mundo se mueve como los “reality shows,” con oportunidades extraordinarias. En Puerto Rico, tanto como en España y Estados Unidos, estos programas tienen una audiencia increíble, porque de alguna manera son los resuelvelotodo en términos de mis expectativas. Algunos de estos muchachos que ganan premios en programas como “Objetivo fama,” “Operación Triunfo,” “American Idol” y otros de la misma especie, luego andan por ahí frustrados y decepcionados porque el mundo ya los ha olvidado. Se les olvida que la fama se sustenta con un trabajo arduo y consistente. Hasta los grandes ídolos son olvidados porque poco a poco dejan de ser creativos, se quedan en lo mismo que han hecho siempre, y el público siempre espera más.

Por eso Cristo nos dice, “cuando seas invitado, ve y ponte en el último lugar, para que cuando venga el que te invitó, te diga: Amigo, sube más arriba. Entonces tendrás gran honor en presencia de todos los comensales” (10). El mismo Jesús fue el ejemplo más grande de esto. Nunca fue arrogante, siempre se mostró compasivo con la gente, a pesar de su grandioso poder. Ayudó a todo el que se le puso delante, y no reprendió a nadie excepto a aquellos que intentaban cargar a la gente con cosas que ellos mismos no hacían. Hoy día, Jesús de Nazaret es el personaje más importante de la historia de la humanidad. Y sabemos de más gente así, como la Madre Teresa de Calcuta, Mahatma Ghandi. En Puerto Rico tenemos al beato Carlos Manuel Rodríguez, alguien que sólo sobresalió por su gran amor a Jesucristo y al prójimo.

Si hacemos esto, algún día oiremos al Maestro decirnos, “vengan, benditos de mi Padre, ocupen el puesto que les está reservado.” Amén.

jueves, 6 de marzo de 2008

Parábola de la higuera estéril (Lucas 13: 6-9)

Jesús alude aquí nuevamente a la agricultura. Sale el personaje del Señor de la viña, que ha aparecido en otras parábolas. Este Señor siempre representa a Dios. Es el amo que gobierna ese universo que el Maestro denomina “viña.” En este caso, la higuera que ha plantado el agricultor no ha dado fruto, por tres años. El tres simboliza la infinitud. Lo que implica que el amo ha venido innumerables veces a mirar si la planta ha dado frutos. De ahí que Dios es trino. Este tres, multiplicado por tres, da a nueve. En la gematría judía, una ciencia basada en la matemática, el nueve es el número asignado al unigénito de Dios. Por eso, su inverso, el 666, es el llamado anticristo.

En nuestra vida, Dios muchas veces nos llama para que le ayudemos. Hay una pintura muy hermosa, que sale en muchos libros piadosos, de Jesús que toca a la puerta de una casa. Esa casa es nuestro corazón. Cristo nos pide que le ayudemos. Eso significa dar frutos. “Por sus frutos los conocerán.” Es una imagen muy común en la Sagrada Escritura. Dar frutos implica que tenemos que predicar el Reino, hacer apostolado, ayudar a los pobres y a los marginados. Prodigar amor en cuanto lugar nos detengamos. Dar fruto significa no cometer injusticias ni pecados que escandalicen a los demás. Algunos cristianos y cristianas llevan vidas escandalosas, y no son como la higuera que echa brotes, sino todo lo contrario. Hacen cosas que no son dignas del cristianismo, y por eso no dan frutos. A veces, para saber qué quiere Dios de nosotros, basta mirar el Sermón de la Montaña (Mateo 5-6), y eso nos dará coordenadas para llevar a cabo la obra de Dios.

Dios nos da innumerables oportunidades. A eso se refiere la parábola. Finalmente, uno de los siervos del Señor intercede para que este no la corte. ¿Quiénes son esos siervos que detienen que la mano de Dios ponga el castigo? Somos nosotros mismos con nuestras oraciones, son los consagrados y consagradas a Dios, como los sacerdotes, las religiosas, que con sus sacrificios y peticiones detienen que este mundo se condene a sí mismo. Cada obra buena que hacemos en pro de algún marginado o pobre de Dios ayuda a que el Señor no corte la higuera.

Pensemos hoy en nuestros frutos. ¿Cuáles son? ¿Asistir a la iglesia los domingos y salir de allí a una vida de egoísmo? ¿Hacer caridad, visitar a los enfermos, orar por los muertos, los prisioneros, los que tienen hambre, los misioneros? ¿Alzar nuestra voz contra las injusticias? ¿Dar consejos a quienes los necesitan? Si hacemos este examen de conciencia cada día, nuestros frutos serán cada vez mejores, al poner en práctica las enseñanzas de Jesús de Nazaret.